MANUEL BELGRANO
Jurisconsulto Brigadier General
CREADOR DE LA BANDERA ARGENTINA
Guerrero de la Independencia
1770-1820
El eminente patricio, a cuya
noble y genial inspiración debe la patria su lábaro inmortal, vio la luz en Buenos
Aires el 3 de junio de 1770, de la unión de don Domingo Belgrano y Peri con
doña María Josefa González Casero.
En su ciudad natal adquirió los
primeros rudimentos del saber, pasando al Colegio Real de San Carlos donde
cursó estudios secundarios, para luego, por resolución de sus progenitores,
trasladarse a España (1786), en procura de una carrera. (No obstante existir
Universidades de gran nombradía científica,
como la de Chuquisaca, en el Alto Perú o de San Felipe, en Santiago de
Chile, era costumbre muy arraigada en el Virreynato, enviar sus hijos a la
Península.)
En la Madre Patria ingresó en la
célebre Universidad de Salamanca, pasando luego a Valladolid, donde tres anos
más tarde (1789), obtuvo el diploma de bachiller en leyes y cánones.
Después de proseguir sus estudios
y realizar una larga práctica en Madrid, volvió a Salamanca donde se doctoró en
jurisprudencia a los 22 años de edad. (1792)
Su juventud no fue óbice para
que, habiéndose creado el Consulado (1),
cuyo funcionamiento comenzaría en 1794, el gobierno del Virreynato le designara
(1793) secretario del mismo, embarcándose de regreso a la patria al finalizar
el precitado ano.
En el ejercicio de sus nuevas
funciones, se dio por entero a ellas, poniendo en evidencia desde el primer
instante, su clara inteligencia, su vasta cultura, sus patrióticos empeños y
muy especialmente sus conocimientos en materia económica, que bien pronto
redundaron en palpables beneficios para el país.
A su iniciativa y espíritu
progresista, fue posible la creación de una escuela náutica y otra de dibujo
(1799), bajo la dirección, la primera, del técnico Pedro Cerviño, quien ejerció
el cargo gratuitamente por espacio de varios años. (Posteriormente ambas
escuelas fueron clausuradas por disposición del gobierno de la Península, que
las calificó de establecimientos de mero lujo.)
Proyectó la instalación de
diversas escuelas de comercio, otras de agricultura, de química experimental,
etc. y, aunque demostró hasta la evidencia la absoluta necesidad de las mismas,
el Cabildo solamente aprobó la de química, sin llegar tampoco a inaugurarse,
porque la Corte de Madrid, en 1804, desautorizó la Inversión de fondos para ese
fin.
Por iniciativa de Belgrano, el Virrey
don Nicolás de Arredondo dictó una ley en 1799 (redactada también por el
prócer), por la que los barcos negreros, de regreso de su vil comercio, podían
cargar toda clase de frutos del país. Esta medida, como es lógico, dio gran
Incremento al comercio del Río de la Plata y constituyó una nueva e inesperada
fuente de ingresos para el Fisco.
Esta ley, sin embargo trajo
aparejada una serie de sinsabores para Belgrano porque debió sostener una recia
lucha con cierto sector de los concurrentes al Consulado que, ante la sola idea
de ver disminuidos sus exagerados beneficios, con la libertad que significaba
dicha ley, se opusieron tenazmente a ella.
Nuestro prócer, sin embargo, pudo
al fin ver coronados sus esfuerzos con el más completo éxito.
Para difundir y reforzar su
teoría, comenzó a colaborar en el Semanario de agricultura, comercio e
industria editado por el doctor Hipólito Víeytes, cuya prédica constante,
fundada en el deseo de inclinar la juventud porteña hacia la explotación de las
industrias, para dar un ejemplo práctico, instaló una jabonería, la única que
podía llamarse tal, en Buenos Aires. (2)
Sin perjuicio de tan honrosas
actividades, desempeñaba el cargo de oficial en los cuerpos de milicianos
organizados por el Virrey para defender la ciudad contra los periódicos ataques
de los indios fronterizos y así, en más de una ocasión, tuvo que empuñar las
armas demostrando en las acciones que le tocó actuar, coraje y decisión.
Al producirse la primera invasión
(1806), Belgrano ostentaba las presillas de capitán del Batallón de Urbanos,
unidad que de inmediato marchó en busca del enemigo, pero enterado el jefe de
la defensa del número abrumador de británicos, ordenó a las escasas fuerzas
emprender la retirada. Casi enseguida, cumpliendo órdenes, se trasladó a la
Banda Oriental, enterándose poco después de la expulsión del inglés.
Al disponer el gobierno de la
Colonia la creación de varias unidades (de 3000 españoles y 5181 criollos),
ante el temor de una segunda invasión, nuestro prócer que habla sido promovido
a sargento mayor, fue destinado al regimiento de Patricios, de gloriosa
actuación posterior. (El actual regimiento N° 1 de infantería lleva el nombre
de aquella famosa unidad que mereció el elogio de las tropas adversarias.)
Dedicado con tesón al estudio de
la ciencia militar, no transcurrieron muchos meses, cuando Liniers, designado
jefe de la plaza para organizar la defensa, le designó su ayudante y, poco más
tarde, con igual carácter, pasó a las órdenes del coronel César Balviani.(3)
Como tal, participó con denuedo
contra los británicos en su segunda intentona, destacándose en la acción del 2
de julio de 1807 en Puente de Gálvez y en la dura jornada del mismo mes.
Derrotados definitivamente los
atacantes, Belgrano, con esa sencillez que hace más grande su figura patricia,
se reintegró a sus actividades civiles.
Cuando la ingratitud de la
mayoría de los españoles dirigidos por el alcalde de 1er. Voto don Martin de
Alzaga y algunos criollos desagradecidos y descontentos, entre ellos el doctor
Mariano Moreno endiosado hasta el ridículo, promovieron el motín del 1° de
enero de 1809 para derrocar al Héroe de la Reconquista don Santiago de Liniers
y Bremont (nombrado Virrey interino del Rio de la Plata con motivo de su
heroica actuación por la real cédula del 16 de mayo de 1808),
reemplazante de Sobremonte, so pretexto de la orden de disolución de los
cuerpos formados exclusivamente de peninsulares, Belgrano, bajo las órdenes de
Saavedra cooperó en el sostenimiento de su autoridad, fracasando la intentona.
Afectado por estos penosos
acontecimientos que su rectitud y espíritu de justicia no admitían, partió a
Montevideo en busca de paz y deseoso igualmente de proseguir sus actividades
profesionales interrumpidas por los sucesos descriptos, pero, habiéndose puesto
de acuerdo con fieles amigos de Buenos Aires, regresó algún tiempo después y
fundó una Sociedad Patriótica, Literaria y Económica, la que por el número de
sus iniciadores se llamó de los Siete, siendo su verdadera finalidad preparar
el movimiento emancipador adentrado ya en los corazones patriotas.
Las reuniones se llevaban a cabo
en los distintos domicilios de sus componentes (Rodríguez de la Peña, Hipólito
Vieytes, Orma, etc.) y, para no despertar sospechas, organizaban partidas de
caza, donde efectuaban sus deliberaciones.
Como medio de propaganda, la
Sociedad de los Siete editó una hoja titulada Correo de Comercio de Buenos
Aires, dirigida por nuestro prócer, cuyo primer número apareció el 3 de marzo
de 1810, para desaparecer, después de 53 ediciones, el 23 de febrero de 1811.(4)
Estallado el movimiento
libertario, el pueblo de Buenos Aires, que habla impuesto sus autoridades,
señaló a Belgrano como vocal de las misma y desde ese momento puede decirse que
comienza su consagración definitiva al servicio de la patria, que sólo abandonó
en el postrer instante de su muerte.
Cabe señalar también que a su
iniciativa, funcionó en Buenos Aires la Escuela de Matemáticas —que inició su
tarea el 12 de setiembre de 1810—, cuyos benéficos resultados fueron
prontamente apreciados.
Como el gobierno paraguayo se
mostrara contrario a la Junta de Mayo, ésta, que habla enviado ya una
expedición al Alto Perú a fin de propagar los principios revolucionarios
dispuso la organización de una segunda con destino a aquel país, designando
comandante en jefe a Belgrano y otorgándole los despachos de brigadier general.
Si bien desconocía con la amplitud necesaria el arte de la guerra para tan alto
cargo, tenía en cambio, prudencia, valor y el espíritu para acometer la empresa.
Para esta campaña ¡asómbrese el
lector! se dispuso de 200 hombres tomados de la escasa guarnición de la ciudad
y algunos milicianos voluntarios. A su paso por San Nicolás de los Arroyos,
contaba ya con 357 plazas y al llegar a Santa Fe, se le incorporaron cien
soldados, entre ellos el joven Estanislao López, años más tarde recio puntal
del federalismo en esa provincia y destacada figura en las luchas entre
unitarios y federales.
Continuando su marcha llegó hasta
Bajada del Paraná, donde el entusiasmo alcanzó a todas las capas sociales (5)
Con la generosa ayuda que allí
encontró, Belgrano aumentó sus efectivos hasta completar 950 hombres y, a su
paso por la Mesopotamia Argentina, fundó en Entre Ríos el pueblo de Mandisoví
y, en Corrientes el de Curuzú Cuatiá, reuniendo en esa forma numerosos
pobladores que se hallaban diseminados en los campos. (Observe lector, el
coraje de Belgrano al intentar una expedición de tal índole con efectivos que
no alcanzan en la actualidad a un batallón en pie de guerra.)
Triunfante en su primer encuentro
(Campichuelo, 29 de diciembre de 1810), de mayor efecto moral que militar, sin
esperar los refuerzos que a marcha forzada avanzan desde Misiones, continuó su
avance atravesando el rio Paraná, en la Candelaria, y el 19 de enero de 1811
acampó a orillas del arroyo Paraguay (6) enfrentándose con el ejército
paraguayo, de 8000 hombres, comandados por el gobernador intendente coronel
Bernardo de Velazco.
No obstante la enorme
superioridad numérica (1 a 8), Belgrano estuvo a punto de obtener una gran
victoria, que malograron sus propios soldados, quienes, en vez de
aprovechar el desaliento real o simulado de esas tropas, se dedicaron al
saqueo de los equipos abandonados, siendo en consecuencia, batido.
En esta acción, Belgrano no se
rindió como equivocadamente lo consignan numerosos historiadores, sino que
emprendió la retirada en buen orden, sin pérdida de material o de hombres salvo
los caldos en la jornada, al mismo tiempo que solicitaba refuerzos a la Junta.
Esta despachó 600 hombres, que se
embarcaron en tres pequeñas naves (primera escuadrilla argentina), al mando del
valiente Azopardo, pero en San Nicolás, como vimos, una fuerza naval española a
las órdenes del capitán de navío, Jacinto Romara- te, la destrozó como resultado
de la defección de Buchardo en plena acción, actitud ésta inexplicable que
costó a la naciente patria el fracaso de la expedición y la prisión por espacio
de ocho años de Azopardo en las tristemente célebres casamatas del Callao.
(Perú)
En Tacuarí, Belgrano fue atacado
por segunda vez (9 de marzo de 1811) sorpresivamente y por abrumador número de
fuerzas realistas paraguayas, envalentonadas por su fácil triunfo anterior,
ocasionando al patricio una definitiva derrota militar. Y decimos
“militar" porque la elocuente sinceridad de sus palabras al jefe
paraguayo, Cabañas, surtieron tal efecto que el 14 de mayo de ese mismo año un
grupo de oficiales de esa gobernación depusieron a Velazco y se declararon
independientes.
Además, Belgrano obtuvo una
honrosa capitulación, permitiéndosele continuar con sus tropas y demás
elementos a condición de su retiro inmediato y absoluto.
Se afirma falsamente que la
generosidad de Cabañas salvó a Belgrano y a los suyos dejándolos en libertad e
impidiendo que fueran ejecutados por su condición de rebeldes, pues como lo
confiesa el propio jefe paraguayo, en su parte, dando cuenta de la acción a
Velazco: "...careciendo de suficientes municiones y siendo sus tropas
bisoñas, habia considerado más exitoso convenir la capitulación en vez de
proseguir la lucha".
Al insurreccionarse la Banda
Oriental, bajo la dirección de Artigas, en la costa del Arroyo Asencio, acto
conocido en la historia como “El grito de Asencio”, la Junta de Mayo, conociendo
las grandes virtudes de Belgrano y no obstante su reciente derrota, dispuso el
7 de marzo de 1811 que con los restos de su cuerpo expedicionario, atravesando
el Uruguay, se dirigiera a aquella provincia a fin de asumir el comando en jefe
de las fuerzas, al mismo tiempo que le informaba que marchaban en su auxilio
dos columnas: una, al mando del comandante Martin Galain de 441 hombres y la
otra, a las órdenes del coronel José Moldes, con 426 soldados.
Belgrano recibió la orden, poco
más tarde de su derrota en Tacuarí, disponiéndose prestamente a cumplirla:
resolvió como primera medida que la columna Galain, adelantándose, alcanzara la
costa del Uruguay, llegando el prócer recién a la Villa de Concepción el 9 de
abril con sus maltrechas y abnegadas tropas. (Hasta el presente los
historiadores y comentaristas de esta expedición se han limitado a relatar el
aspecto político, citando las acciones militares y sus consecuencias,
omitiéndose por razones inexplicables el estudio de la magnífica proeza de
cruzar la Mesopotamia Argentina. Quien conozca las provincias de Entre Ríos,
Corrientes y la gobernación de Misiones y retrotraiga su pensamiento a la época
en que Belgrano realizó su expedición, no podrá menos de admirarla bajo todos
los aspectos, especialmente teniendo en cuenta la carencia de medios.)
Simultáneamente, el sargento
mayor don Miguel Estanislao de Soler, al frente de un destacamento de
vanguardia de la columna Galain, después de ocupar la localidad de Soriano,
rechazó con la cooperación decidida de la milicias el desembarco ^ la marinería
española. Al mismo tiempo, el coronel José Rondeau, designado segundo jefe de
las fuerzas de operaciones, avanzaba a marcha forzada para ocupar su puesto.
Desgraciadamente, Belgrano no
pudo ejercer su función en razón de que en la noche del 5 al 6 de abril estalló
un motín en Buenos Aires, el cual, tras disolver la junta de Mayo, creó un
Triunvirato.
Su primer acto fue la deposición
del prócer y la orden terminante de bajar a la capital para que diera cuenta de
su fracasada expedición militar al Paraguay.
(Fácil le resultó a Belgrano
justificarse, ya que sus fuerzas carecían de preparación militar y estaban
semidesarmadas, sin víveres, etc. Lejos estuvieron de solicitarle informara de
qué medios se valió para llegar al Paraguay en esas condiciones.)
Nombrado luego por las nuevas
autoridades, en unión del doctor Vicente A. Echeverría, delegados ante el
gobierno paraguayo a fin de concertar una alianza, la oposición abierta del
doctor Francia hizo fracasar las gestiones.
De nuevo en Buenos Aires, se le
confió la jefatura del regimiento de Patricios, debiendo, desde sus comienzos,
dictar una serie de medidas que, sin embargo, motivaron un levantamiento que
supo dominar, ejecutando sumariamente a sus promotores. La causa fue resultado
de una orden de Belgrano disponiendo el corte de la trenza.
Posteriormente recibió la orden
de vigilar con algunas fuerzas el rio Paraná, a la altura del Rosario,
para impedir el paso de los navíos españoles que Incursionaban continuamente,
apoderándose de haciendas y de cuantos víveres encontraban.
En ese mismo punto el gobierno de
Buenos Aires habla dispuesto la instalación de dos baterías de artillería, las
que, con motivo de su designación, quedaron bajo sus órdenes y como parte
Integrante de los elementos con que se opondría a los realistas, denominándolas
Libertad e Independencia.
Contrariado porque sus soldados
ostentaban emblemas e insignias análogos a los de sus enemigos, propuso al
Triunvirato la adopción de una escarapela, la que fue aceptada por decreto del
18 de febrero de 1812 y lucida luego por los patriotas, de color azul y blanca,
pero, ¿podían combatir sin una ensena que simbolizara la patria naciente? ¿Era
posible morir por la Libertad, bajo los pliegues de una bandera contra la que
combatían? ¡Nol Y fue entonces que, el 27 de febrero, en ocasión de ponerse en
servicio las citadas baterías, Belgrano presentó a sus huestes la nueva enseña,
la que más tarde pasearla sus glorias por todos los ámbitos de América del Sur.
Y fue blanca y azul como la escarapela...
¿Qué inspiró al patriota tan
bellos colores? ¿Las cintas que en los días de Mayo repartieran al pueblo
soberano French y Berutti o la celeste y blanca limpidez del cielo? ¿Asoció el
recuerdo de aquellas horas inolvidables a su profundo catolicismo? ¡Quizás
ambas cosas! Y de esa admirable conjunción nació el lábaro inmortal, la sagrada
ensena, que dio por siempre a la patria. Azul como el firmamento y blanca como
el alma de los niños.
Así nació la bandera argentina,
bajo cuyo amparo los pueblos de América conquistaron su independencia...
Pese a los justos argumentos del
patricio, los triunviros le reprocharon su actitud, desaprobando su conducta y
mandándole izar el pabellón de España.
"La situación presente—decía
la nota—como el orden y consecuencia de principios a que estamos ligados,
exige por nuestra parte, en materia de la primera entidad del Estado, que nos
conduzcamos con la mayor circunspección y medida; por eso es que las
demostraciones con que inflamó U.S. a las tropas de su mando, esto es,
enarbolando fe bandera blanca y celeste, como indicante de que debe ser nuestra
divisa sucesiva, las cree este Gobierno de una Influencia capaz de destruir los
fundamentos con que se justifican nuestras operaciones y las protestas que
hemos anunciado con tanta repetición y que en nuestras comunicaciones
exteriores, constituyen los principios máximos políticos que hemos adoptado.
Con presencia de esto y todo lo demás que se tiene presente en este grave
asunto, ha dispuesto este Gobierno que sujetando U.S. sus conceptos a las miras
que reglan las determinaciones con que él se conduce, haga pasar como un rasgo
de entusiasmo, el suceso de la bandera blanca y celeste enarbolada, ocultándola
disimuladamente y sustituyéndola por la que le envía, que es la que hasta ahora
se usa en esta fortaleza y que hace el centro del Estado, procurando en
adelante... etc.", (Dejamos al lector el comentario de la nota los
Triunviros Incomprensible e Inexplicable en momentos que se luchaba por la
independencia de la patria contra España.)
Belgrano, que había recibido el
nombramiento de Jefe del Ejército del Norte no se enteró de la comunicación, y,
en consecuencia, al tomar posesión del mando enarboló la ensena por segunda
vez. Recibió la jefatura de manos del brigadier general don Juan Martin de
Pueyrredón, reemplazante del coronel mayor don Antonio González Balcarce tras
su derrota en Huaqui y que habla bajado hasta Yatasto, provincia de Tucumán.
El estado de esas fuerzas era
realmente lastimoso: carecían de vestuarios y armas, agregándose la falta de
dinero; más que un cuerpo expedicionario, parecía un ejército de mendigos.
Belgrano sin amilanarse se puso
de inmediato en marcha hasta Jujuy con mil hombres de tropa estableciendo allí
su Cuartel General.
Con férrea voluntad, decisión y
fe salvó todos los obstáculos, infundiendo con-fianza al vecindario y valor a
los soldados, mientras Imponía un régimen de orden y disciplina que, al poco
tiempo, le permitió ofrecer a la capital jujeña el espectáculo de una división
de 1800 hombres perfectamente armados.
¿Cómo lo hizo? i Incorporando los
hombres aptos para combatir, de grado o por fuerza, requisando fusiles,
fundiendo tres únicos cañones y haciendo confeccionar uniformes con el
desinteresado aporte de buenas mujeres!
Encontrándose listas sus fuerzas,
aprovechó los festejos conmemorativos del segundo aniversario de nuestro primer
grito de libertad e hizo conducir a la bandera a la iglesia catedral, en el
solemne instante del Tedéum y el Canónigo doctor Juan Ignacio de Gorriti, le
rindió su homenaje en brillante y emotiva oración, bendiciéndola luego.
En horas de la tarde, formadas
las unidades en la plaza y con la presencia de todo el vecindario, Belgrano,
tomando la insignia, les habló: "Soldados: hl/os dignos de la patria,
camaradas míos: dos años ha que por primera vez, resonó en estas regiones el
eco de la libertad y él continúa propagándose hasta por las cavernas mis
recónditas de los Andes, pues no es obra de los hombres, sino de Dios
omnipotente, que permitió a los americanos que se nos prestase la ocasión de
entrar al goce de nuestros derechos: el 25 de Mayo será para siempre memorable
en los anales de nuestra historia y vosotros tendréis un motivo más de
recordarlo cuando véis en él por primera vez, la bandera nacional en mis manos,
que ya os distingue de las demás naciones del globo, sin embargo de los
esfuerzos que han hecho los enemigos de la sagrada causa que defendemos para
echarnos cadenas y hacer más pesadas que las que cargaba".
Obligado a emprender la retirada
en cumplimiento de órdenes recibidas, como resultado de la alarma que
suscitaron rumores de un ataque de los realistas de Montevideo en combinación
con las fuerzas de Goyeneche, quien se proponía llegar hasta Tucumán, Belgrano,
cuyo mandato era retroceder hasta Córdoba, se dispuso a cumplir.
Al paso del arroyo Las Piedras,
su retaguardia sostuvo un victorioso encuentro (3 de setiembre de 1812), sin
importancia militar alguna pero si moral, porque re-templó el espíritu de sus
huestes y les dio la sensación del triunfo inminente. Apenas llegado a Tucumán,
nuevas instrucciones le ordenaban eludir batalla y proseguir al destino
prefijado, mas la población atemorizada le suplicó que no la abandonara; que le
prestarían toda clase de ayuda, incluso un contingente de 400 gauchos que, si
bien carecían de instrucción militar, en cambio estaban imbuidos de su alta
misión y de un sano patriotismo capaz de todos los sacrificios. (Fueron más
tarde los bravos lanceros que en cien combates se cubrieron de imperecedera
gloria.)
Belgrano, accediendo a los
angustiosos llamados y contando con tan valiosos aportes, como San Martín años
después, desobedeció la orden de retirada fortificándose en la denominada
Ciudadela de Tucumán (extramuros).
El encuentro con los realistas
tuvo lugar el 24 de setiembre de 1812 y el triunfo más completo coronó las
armas de la patria.
Esta acción tuvo para los
patriotas una doble significación. En lo militar: porque nuestro héroe, después
de evitar talentosamente las hábiles maniobras del jefe realista, general Pío
Tristán (7), que intentaba
envolverlo atacándolo por su flanco, logró batirlo paralizando la exitosa
marcha que desde el norte venía realizando peligrosamente, y en lo político:
por el efecto moral inmenso que significó para la campaña emancipadora.
Obligado a retroceder el ejército español en dirección a Salta, el peligro
momentáneo desapareció.
Belgrano de inmediato despachó al
Mayor General Díaz Vélez al frente de 600 hombres con el fin de propalar el
éxito obtenido y hostigar en lo posible la retaguardia realista impidiéndole
reorganizarse adecuadamente.
Engrosadas las filas patriotas
con nuevos y numerosos voluntarios, alentados con la victoria de Tucumán, el
Creador de nuestra Enseña emprendió la marcha en busca del enemigo, que habla
establecido su campamento en el Campo de Castañares (suburbios de Salta), en
espera de los refuerzos que desde el Alto Perú le enviaba Pezuela a marcha
forzada.
Nuestro prócer, al atravesar la
provincia de Tucumán y al cruzar el Rio Pasaje, hizo jurar a sus tropas, en
solemne ceremonia, fidelidad y obediencia a la Asamblea General Constituyente
que acababa de inaugurar sus sesiones (31 de enero de 1813). Con motivo del
acto llevado a cabo por el ejército de Belgrano en las márgenes del río Pasaje,
éste se denominó Juramento.
El choque con Tristán se produjo
en el campo precitado, el 20 de febrero de 1813 y nuevamente, después de tres
horas de recia lucha, la victoria acompañó a los nuestros.
Armas de todas clases, víveres,
caballada y demás bagajes, pasaron a manos del vencedor, quien lejos de retener
los varios miles de soldados rendidos, les dejó en libertad previo juramento de
que no tomarían otra vez las armas contra la Revolución. (A este noble gesto no
todos supieron responder, pues varios jefes, oficiales y 300 soldados, fueron
relevados de su juramento por un sacerdote español, constituyendo un batallón
que denominaron de la Muerte, porque no ignoraban el fin que tendrían de caer
nuevamente prisioneros.)
La generosidad de Belgrano, como
ya lo sabemos, anuló posteriormente las dos victorias.
También el prócer hizo sepultar
en una fosa común a los caldos de ambos bandos, coronándola con una cruz que
llevaba la siguiente Inscripción: “Aquí yacen vencedores y vencidos”.
Deseando premiar su brillante
actuación, la Asamblea General Constituyente le obsequió con un sable y 40.000
pesos, pero su alma noble y desinteresada aceptó el primero y rechazó el dinero
con estas palabras: “Creo propio de mi honor y de los de-seos que me inflaman
por la prosperidad de mi patria, declinar los expresados 40.000 pesos,
destinándolos para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras,
en que se enseñe a leer y escribir, la aritmética, la doctrina cristiana y los
primeros rudimentos de los derechos y obligaciones del hombre en sociedad."
Dichas escuelas debían instalarse
en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero. Llegó a más aún: preparó un
Reglamento en el que se fijaba enseñanza religiosa y patriótica, señalando los
deberes y conducta de los maestros. Pese a los homenajes recordatorios que
anualmente se celebran en memoria del patricio, los gobiernos que se suceden
desde hace más de un siglo, no han dado cumplimiento a sus deseos, sin que se
conozca el destino dado a esos fondos que a la fecha, capitalizados, alcanzan a
una suma cuantiosa.)
Después de esta segunda victoria,
Belgrano permaneció algún tiempo inactivo (actitud errónea y gravísima cuyas
consecuencias bien pronto sintió), para reiniciar su avance hasta Potosí, al
frente de 5.000 hombres fijando en dicha ciudad su Cuartel General. De
Inmediato se dio a la tarea de reorganizar los servicios públicos, dividiendo
al Alto Perú en ocho provincias;
reabrió la Casa de Moneda y el
Banco; designó gobernadores a varios jefes de su ejército, pero donde más se
destacó fue DO ’ obra
proteccionista a favor de los indígenas, los que a su vez le prestaron
señalados servicios.
Este intervalo, como es lógico,
fue aprovechado por el experimentado general Pezuela para aprovisionarse de
armas, municiones, etc., y reunir una fuerza de 4500 hombres.
El 1° de octubre las fuerzas
españolas se lanzaron al ataque y tras una sangrienta batalla de varias horas,
los patriotas fueron completamente derrotados viéndose obligados a emprender
una rápida retirada, pero comprendiendo Pezuela que el verdadero éxito
estribaba en el aniquilamiento de los nuestros (lo que no supo hacer Belgrano
después de Salta) emprendió una tenaz persecución hasta lograr alcanzarlo
nuevamente en Ayohuma, el 14 de noviembre derrotándolo en forma tan arrolladora
que el ejército del Norte se desbandó poniéndose fin con ello a la segunda
campaña del Alto Perú, y sin otra defensa para la frontera Norte que la valiosa
actuación prestada por el heroico Guemes y sus Invencibles gauchos.
(Se ha dicho falsamente que en
Vilcapugio los nuestros fueron vencidos como consecuencia de una orden de
Belgrano mal interpretada, cuando en realidad y así lo afirman distinguidos
jefes argentinos, fue el resultado de la inexperiencia en el arte de la guerra,
lo que es lógico pues Belgrano era abogado y no militar, mientras Pezuela,
oficial de carrera, tenia un haber brillante en la Península. Con referencia a
Ayohuma, Belgrano incurrió en el grave error de no escuchar la opinión del
coronel Perdrlel quien habla preparado un plan de campaña que hechos
posteriores comprobaron su certeza.)
Retirado a Jujuy, el benemérito
jefe argentino se dispuso a formar un nuevo ejército con los restos del que
comandara y, no obstante encontrarse enfermo de tercianas, no hablan
transcurrido quince días cuando 1.800 hombres recibían instrucción militar,
mientras el pueblo hacia toda clase de donaciones y las mujeres confeccionaban
ropas.
Casi enseguida se incorporó el
coronel Mayor don José de San Martin al frente de sus valientes Granaderos, en
calidad de segundo jefe prosiguiéndose con mayor ahínco la reorganización de
las unidades bajo la dirección inmediata del Libertador.
Belgrano, inspirado únicamente en
el deseo de servir a la patria, olvidó el castigo impuesto al coronel Dorrego
llamándole desde Santiago del Estero donde se encontraba confinado y después de
devolverle su confianza, lo puso al mando de la retaguardia, compuesta por una
compañía de infantería, la caballería de línea que se hallaba en Humahuaca y un
escuadrón de Granaderos a Caballo. Total: 500 hombres.
Encargado Dorrego de disputar el
terreno al enemigo triunfante, que avanzaba sobre Salta a toda marcha, supo
cumplir brillantemente su cometido en pequeños encuentros con la vanguardia
española, obligándola a retardar su avance.
Belgrano, con esa modestia que lo
caracterizaba, pretextando sus males físicos, presentó repetidas veces su
renuncia del alto cargo, proponiendo a su segundo, San Martín, pero éste se
opuso tenazmente, reconociendo no sólo su prestigio sino también sus elevadas
dotes morales. Posteriormente, no obstante sus negativas, el Libertador tuvo
finalmente que aceptar el mando de esas fuerzas, designando a Belgrano jefe del
primer Tercio de Patricios. (Actual regimiento N°1 de infantería de Patricios.)
(Cabe señalar que Belgrano, al abandonar sus altas funciones, hizo saber a San
Martín que, siendo su único anhelo servir a la patria, aceptarla con gran honor
cualquier misión por más modesta que fuere. ¡Ejemplo dignísimo en la historia
de un soldado, cuya humildad lo llevaba a desempeñar un empleo inferior en un
ejército que el día antes dirigiera como general en jefe!)
Junto al Gran Capitán de los Andes
recibió por vez primera sus verdaderas lecciones de táctica y arte de la guerra
que practicaba por pura Intuición y claro sentido; estudió con tan patrióticos
empeños que mereció el más elevado concepto de San Martin. Por eso éste, varios
años más tarde, en carta a su amigo el general Guido, calificábalo como el
hombre más capaz de Sudamérlca.
¿Cómo no juzgar así, al que sin
un dejo de orgullo o vanidad, tan propio de la raza humana, aceptaba
resignadamente todo a cambio de ver realizado su único y grande sueño: la
Independencia de las Provincias Unidas?
Debiendo emprender viaje a Buenos
Aires, para dar cuenta de sus derrotas, partió desde su campamento, pero en
Santiago del Estero debió detenerse, víctima de una grave enfermedad.
Cuando después de su cautiverio,
el monarca español Fernando VII volvió en 1814 al trono, su primera medida fue
abolir la constitución liberal vigente hacia dos años, y con respecto a sus
colonias del Rio de la Plata abrigó el pensamiento de enviar una fuerza de
10.000 hombres al mando del general Morillas para recuperarlas. (Al ser
enviada, esta expedición marchó a Venezuela.)
Esta delicada situación movió al
gobierno de Buenos Aires a negociar por la vía diplomática, con Inglaterra y
España, el reconocimiento de nuestra independencia y el establecimiento de una
monarquía constitucional. Para ello el director Posadas designó a Belgrano y
Rivadavia. De las instrucciones secretas que se les confió, la primordial era
asegurar nuestra constitución como estado soberano y que lo que se conviniera
quedarla sujeto al examen y ratificación de las provincias en asamblea de
representantes, debiendo previamente conferenciaren Rio de Janeiro con el
ministro Inglés en la Corte carioca, Lord Strangford, para asegurarse el apoyo
de su país.
A fines de 1814, Belgrano y
Rivadavia partieron al Brasil, donde a poco se les unió el doctor Manuel J.
García, enviado del general Carlos A. M. de Alvear, sustituto de Posadas en el
Directorio de las Provincias Unidas y en misión confidencial ante el gobierno
del Brasil, pero cuyo verdadero objeto era negociar la entrega de la patria
bajo un protectorado inglés, consumándose una traición que la posteridad ha
premiado con un bellísimo monumento.
Nuestro prócer, en unión de
Rivadavia, partió a Europa y mientras éste se dirigió a Madrid, Belgrano
permaneció en Londres buscando el apoyo del monarca británico.
En la capital española, donde
residía desde hacía tiempo, se encontraba el doctor Manuel de Sarratea, quien
adelantándose al vencedor de Tucumán habla realizado diversas gestiones ante el
rey Carlos IV, para coronar en las Provincias Unidas al infante don Francisco
de Paula, sirviéndole de intermediarlo el conde de Cabarrús, pero ante la
rotunda negativa del monarca, Sarratea y el citado Conde planearon raptar al
príncipe, llevándolo a Buenos Aires. Belgrano se opuso terminantemente y
resolvió regresar a la patria, dejando en manos de Rivadavia la prosecución de
las gestiones. Sin embargo, éste, después de una corta entrevista con el
ministro de Estado, Cevallos, no tuvo más remedio que ausentarse inmediatamente
de la Península so pena de ser detenido y procesado.
En los comienzos de 1816,
Belgrano fue designado comandante en jefe de todas las fuerzas reunidas en
Santa Fe, formadas por el ejército enviado por el Director Supremo, Álvarez y
Thomas, y el de las fronteras, al mando del coronel Francisco Pico; mas
habiéndose opuesto el general Eustaquio Díaz Vélez, jefe de las unidades
porteñas, antes de tener que obligarlo por las armas suscribió el pacto de
Santo Tomé, por el cual Belgrano se obligaba a retirarse; Díaz Vélez quedarla a
cargo del comando general y el Director Supremo serla depuesto.
Habiéndose trasladado a Tucumán,
su patriotismo contribuyó en gran parte (juntamente con San Martin), a que se
elevara el espíritu público, decidiendo a los Congresales para que declararan
en solemne asamblea la Independencia argentina y>cumplido tan magno
anhelo, apoyó decididamente la forma monárquica por considerarla la más apta
para los intereses de la naciente patria.
Ese mismo año (1816), el gobierno
de Buenos Aires, le nombró generalísimo del ejército Auxiliar del Perú y aún
cuando su estado de salud no se lo permitía, aceptó con ese espíritu de
sacrificio que puso en evidencia a través de toda su existencia.
En sus nuevas funciones tuvo que
luchar contra Caparroz, Borges y Bulnes, que se habían sublevado en diferentes
provincias declarándose partidarios de Artigas: el primero, en La Rioja, siendo
batido y obligado a someterse al brigadier general Alejandro Heredia, enviado
por el Congreso para reponer en sus cargos a los gobernadores depuestos; el
segundo, derrotado por el general Lamadrid en Pitambalá (27 de diciembre de
1816), detenido por sus comprovincianos mientras se dirigía a San busca del
apoyo de Güemes y entregado al general Belgrano, que de inmediato i 8n zo
fusilar (10 de enero de 1817), y Juan Pablo Bulnes, derrotado y tomado prisión
por el sargento mayor Francisco Sayos, milagrosamente salvó su vida pues sus
compañeros de aventuras fueron ejecutados.
(Borges confiaba en salvar su
vida, en razón de que según un bando publicado por Belgrano se lo respetarla,
pero no fue así. La historia no explica las razones por las cuales nuestro
prócer no cumplió su promesa.)
Belgrano, mientras tanto', habla
Instalado su Cuartel General en Tucumán, sir-viendo sus fuerzas de reserva a
los valerosos Dragones Infernales que comandaba Güemes, al mismo tiempo que
sostenía el orden en el interior; pero como desgraciadamente la guerra civil
tomaba día a dia incremento, vióse obligado a fraccionar sus tropas (1818), y a
celebrar un acuerdo con el gobernador de Santa Fe, Brigadier General don
Estanislao López y sus aliados, retirándose luego, muy afectado por estos
penosos acontecimientos, a Cruz Alta. AHI enfermó gravemente, pudiendo
finalmente reponerse gracias a su reciedumbre moral forjada en el crisol de sus
virtudes, que lo coloca entre las grandes figuras de nuestra epopeya.
Habiendo solicitado su retiro del
ejército partió a Tucumán quedando sus fuerzas bajo las órdenes de su jefe de
Estado Mayor, brigadier general don Francisco Fernández de la Cruz, designando
en reemplazo de éste al coronel Juan Bautista Bustos.
El general Fernández de la Cruz,
cumpliendo el mandato del Director Supremo interino general José Rondeau, se
encaminó con sus unidades a Buenos Aires a fin de defender la ciudad de los
ataques de los gobernadores de Santa Fe y Entre Ríos. (López y Ramírez.)
En la posta de Arequito (hoy
perteneciente al departamento Caseros, Provincia de Santa Fe) casi en el limite
de Córdoba, las fuerzas de Cruz se sublevaron encabezadas por Bustos y el
sargento mayor José María Paz. Después de ocupar la capital cordobesa, frente a
los acontecimientos que ya se perfilaban, Bustos se declaró gobernador,
derrocando al titular.
Belgrano, magnánimo y generoso,
al enterarse del movimiento que privaba de toda defensa a Buenos Aires y
disolvía a su ejército que tan gloriosamente se habla batido por la patria
desde Suipacha hasta Sipe-Sipe, ansioso de mantener la paz y el orden
alterados, ofreció su vida a su antiguos subalternos, pero, como era lógico, no
le fue aceptada, para sufrir, en cambio, malos tratos y una injusta detención.
Obtenida su libertad, dirigió sus
pasos a Buenos Aires y en esa capital, cuando no hablan transcurrido tres meses
de su arribo, un nuevo ataque de hidropesía lo postró en el lecho, falleciendo
el 20 de junio de 1820, con la resignación y entereza que animó todos los actos
de su noble existencia. Tenia 50 años. Sus postreras palabras, después de
recibir con gran unción los auxilios espirituales de nuestra religión: “¡Ay,
patria mía!”, sintetizan su más grande ideal: servir a la patria.
Amortajado su cuerpo con el
hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo, fue depositado en el templo del
mismo nombre.
Un ano más tarde, el gobierno
dispuso que la calle donde se hallaba su casa solariega tomara su nombre al
Igual que el primer pueblo que se fundara.
El 24 de setiembre de 1873, al
cumplirse el 61° aniversario de la batalla de Tucumán, se inauguró su estatua
en la plaza 25 de Mayo, y el 20 de junio de 1903, ochenta y tres años después
de su lamentado deceso, un magnifico mausoleo en la mencionada Iglesia guarda
sus veneradas cenizas.
Sintetizando su vida, hay que
decir: fue generoso, porque sin medir las consecuencias dio libertad a los
prisioneros, con sólo el compromiso de no tomar jamás las armas contra la
Revolución; fue noble, porque, como San Martin, sepultaba vencedores y
vencidos, caldos en la lucha, en una misma fosa; fue humilde, porque
gustosamente aceptó mandar a un regimiento, en el mismo ejército que un día
antes ejerciera el comando en jefe; fue desinteresado porque rehusó la suma de
cuarenta mil pesos con que se premiaban sus victorias; fue patriota porque
pensando en el prójimo, en los niños, destinó esa cantidad para instalar
escuelas; fue talentoso porque, desconociendo el difícil arte de la guerra,
organizó ejércitos, triunfando en el campo de batalla y fue visionario genial
porque él, siempre sumiso y obediente, desacató la orden de retirada e
instalándose en Tucumán afrontó al enemigo en dos victoriosas acciones
preservando el Norte argentino y salvando a la Revolución de Mayo. ¡Por sus
virtudes ciudadanas se hermanó con el Libertador!
NOTAS:
(1) El consulado era una
especie de Tribunal de Comercio que estudiaba las necesidades de la colonia y
proponía las medidas que fomentaran el comercio, la Industria, agricultura,
etcétera.
(2) El
Semanario se inició en 1802 y se suspendió el 11 de abril de 1807, a
consecuencia de la toma da Montevideo por los ingleses y después de haber
editado 218 números.
(3) El coronel César
Balvianl fue un distinguido jefe español que durante las segundas invasiones
inglesas mandó la primera división del ejército que se organizaba para la
Reconquista, asi como desempeñó el importante cargo de Cuartelmaestre general.
Durante una breve ausencia de Liniers, tuvo a su mando la totalidad de las
fuerzas de ia defensa. También en unión del valeroso francés, recibió la espada
de manos del vencido general Inglés Whitelock
(4) Según don Enrique Udaondo
dicho periódico apareció el 10 de enero de 1810 y se publicó hasta las vísperas
de la Revolución, (Véase el Diccionario biográfico argentino) lo
que es Incierto.
(5) En dicha oportunidad el Ilustre
Belgrano, recibió entre otras donaciones, la de la señora Gregoria Pérez, en
carta de este tenor "Pongo a la orden y disposición de V.E. mis
haciendas, casas y criados, desde el río Feliciano hasta el Puesto de Las
Estacas, en cuyo trecho es V.E. dueño de mis cortos bienes, para que con ellos,
pueda auxiliar al ejército de su mando, sin interés alguno".
(6) Este arroyo se encuentra situado
al sur de la ciudad de Asunción, lo que permitía el fácil aprovisionamiento de
las fuerzas paraguayas, circunstancia que hace más elogioso el coraje del
prócer, desprovisto de bates y con un ejército numéricamente muy Inferior
aquellos.
(7) El general Pío Trlstén, oriundo
de Arequipa, Perú, sirvió a Espada alcanzando el grado de Mariscal Kl0B Reales
Ejércitos: No obstante, en algunos momentos de su vida no quiso olvidar su
condición de su- En electo: después del combate de Nazareno (12 de enero de
1812), dejó pasar libremente un 80 convoy de heridos argentinos.
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