Temor y Temblor (Fragmento)

Epílogo


“Habiendo un día bajado demasiado el precio de las especies en Holanda, los mercaderes hicieron arrojar algunos cargamentos al mar con el fin de elevarlo de nuevo. ¿Tenemos necesidad de una treta semejante en el mundo del espíritu? ¿Tan seguros estamos de haber llegado a tanta altura que sólo nos resta suponer piadosamente no estar en ese punto con el fin de tener con qué llenar el tiempo? ¿De esta manera es como la presente generación tiene necesidad de engañarse a sí misma? ¿Es ésta la virtud que interesaba atribuirse? ¿O quizás no ha llevado a una perfección suficiente el arte de mentirse a sí misma? ¿O aquello de que ha menester no es sobre todo una seriedad íntegra que, sin dejarse asustar o corromper, indique las tareas a cumplir, una seriedad íntegra que vele con amor por estas obras, que no incite a los hombres, asustándolos, a querer lanzarse hacia lo más alto, sino por el contrario, conservar las tareas a cumplir frescas, bellas, agradables a la vista, atrayentes a todos, y sin embargo, difíciles y apropiadas para provocar el entusiasmo de las naturalezas nobles, porque una naturaleza noble no se entusiasma sino por lo que es difícil? Una generación puede aprender mucho de otra pero – lo cual es propiamente humano -, ninguna aprende de aquella que la ha precedido. Bajo este punto de vista, cada generación recomienda como si ella fuese la primera, ninguna tiene una tarea nueva más allá de la generación precedente y no llega más lejos que ella, a menos que haya traicionado su obra, que se haya engañado a sí misma. Lo que llama propiamente humano es la pasión, en la cual cada generación comprende enteramente a la otra y se comprende a sí misma. De este modo, en lo que respecta a amar, ninguna generación ha aprendido de la precedente a querer, ni ha comenzado desde otro punto que desde el comienzo, ninguna generación precedente; y si no se quiere, como las generaciones anteriores contentarse con amar, sino ir más lejos, éstas no son sino vanas y malas palabras.
Pero la pasión más alta en el hombre es la fe y ninguna generación comienza aquí en otro punto que la anterior, cada una reinicia de nuevo; la generación siguiente no va más lejos que la que la ha precedido, si ha sido fiel a su labor y no la ha abandonado. Ninguna tiene derecho a decir que un tal comienzo sea fatigoso porque ella tiene su tarea y no debe preocuparse por el hecho de que la generación anterior haya tenido la misma, a menos que una generación o los individuos que la componen no pretendan audazmente ocupar el lugar que pertenece al único espíritu que gobierna el mundo y que es demasiado perseverante para experimentar cansancio. Si una generación muestra esta audacia, hay en ella algo de falso: algo extraño, desde que el mundo entero le parece del revés; ciertamente no hay nadie que haya encontrado el mundo al revés así como aquel sastre que, habiendo entrado vivo al cielo, contempló desde allí el universo. Cuando una generación sólo se ocupa de su tarea no puede experimentar fatiga, porque esta labor basta siempre para la vida de una hombre. Cuando en un día de asueto los niños ya han recorrido todo el ciclo de sus juegos antes del mediodía y gritan con impaciencia ¿no hay nadie que invente un juego nuevo? ¿Prueba eso que estos niños son más desarrollados y adelantados que los de la misma generación o de una generación precedente, para quienes los juegos conocidos bastan a llenar la jornada? ¿No prueba esto más bien que los primeros carecen de lo que yo llamaría esa seriedad agradable que es menester tener siempre para jugar?
La fe es la más alta pasión del hombre. Quizá hay muchos en cada generación que no llegan hasta ella, pero ninguno la supera. Si también en nuestro tiempo hay muchos incapaces de descubrirla, sobre esto no quiero expedirme, sólo debo referirme a mí y no puedo ocultar que todavía me queda mucho por hacer sin por eso desear traicionarme o traicionar lo grandioso, reduciéndolo a una asunto sin importancia, a una enfermedad de niño cuya cura se espera lo más rápida posible. Pero incluso para aquel que no llega hasta la fe, la vida tiene suficientes tareas, y si las aborda con amor sincero su vida no estará perdida, aunque no puede ser comparada a la existencia de aquellos que alcanzaron y superaron lo más alto. Mas quien ha llegado a la fe, y poco importa que tenga dones eminentes o que sea un alma simple, ese no se detiene en la fe; se indignaría si se le dijese eso así como se irritaría el amante al oír decir que se detiene en el amor: yo no me detengo, respondería, porque toda mi vida se halla contenida allí. Pero ya no va más allá, hacia algo distinto, porque en tanto descubre que aquello tiene otra explicación.
“Es menester ir más allá, es menester ir más allá”. Este deseo de ir más lejos es viejo sobre la tierra. El oscuro Heráclito, quien depositó sus pensamientos en sus escritos y éstos en el templo de Diana (porque habían ido su armadura, por cuyo motivo los suspendió en el templo), el oscuro Heráclito ha dicho: no se puede entrar dos veces en el mismo río. El oscuro Heráclito tuvo un discípulo; éste no se detuvo en ese pensamiento sino que fue más lejos agregando: no se puede siquiera una vez. ¡Pobre Heráclito que tuvo tal discípulo! Su frase fue hecha por esta corrección rectificada en una frase eleática que niega el movimiento: sin embargo este discípulo que deseó únicamente ser discípulo de Heráclito fue más allá que su maestro y no retornó a aquello que Heráclito había abandonado.”


Kierkegaard, Sören: Temor y Temblor, Editorial Losada, Buenos Aires, 1991, pp.135-138.

Comentarios