La Influencia de la Universidad en la República, por Andrés Mac Lean



A propósito de indagar, aunque fugazmente, acerca de este asunto que he elegido, debo hacer una aclaración: el tiempo no está de mi lado. Y digo que no está de mi lado por mi escasa información, por juzgarme muy prematuro para concluir con semejante asunto y por falta de horas-hombre para mejorar esta breve exposición. Por lo que advertirá el lector, si hecha la aclaración aún no ha abandonado la lectura, que me restringiré a apuntar ciertos rasgos o características acerca del momento que estamos atravesando, como argentinos, en nuestra Universidad.

Una de las primeras distinciones que debemos hacer, es la de enfatizar en las diferencias existentes entre las universidades de los países dominantes y las de los países llamados del tercer mundo, o periféricos. Porque no es lo mismo, claro está, la vivencia de un estudiante en Oxford o Cambridge, que en la Universidad de Buenos Aires o en la de Córdoba. Es decir, donde la Universidad cumple un rol determinante para la formación de futuros ciudadanos profesionales de una Nación y que, como bien señalara Ortega y Gasset, no sufren una distinción acerca de si son estatales o privadas en cuanto a la mentalidad que se desarrolla por generaciones. Dicha distinción no es, como creen ciertos profesores en tanto políticos, un producto de la civilización de unos y la barbarie de otros. Tema que recogemos del “gran sanjuanino”. Rasgo en el que hizo hincapié el filósofo español al decir:



“Por contentarse con imitar y eludir el imperativo de pensar y repensar por sí mismos las cuestiones, nuestros profesores mejores viven en todo con un espíritu quince o veinte años retrasado, aunque en detalles de sus ciencias estén al día. Es el retraso trágico de todo el que quiere evitarse el esfuerzo de ser auténtico, de crear sus propias convicciones. El número de años de este retraso no es casual. Toda creación histórica – ciencia, política – proviene de cierto espíritu o modalidad de la mente humana. Esa modalidad aparece con una pulsación o ritmo fijo – con cada generación. Una generación, emanando de su espíritu, crea ideas, valoraciones, etcétera. El que imita esas creaciones tiene que esperar a que estén hechas, es decir, a que concluya su faena la generación anterior, y adopta sus principios cuando empiezan a decaer y otra nueva generación inicia ya su reforma, el reino de un nuevo espíritu. Cada generación lucha quince años para vencer y tienen vigencia sus modos otros quince años. Inexorable anacronismo de los pueblos imitadores o sin autenticidad.

Búsquese en el extranjero información, pero no modelo.”



Sentido éste, que compartimos lamentablemente y desde hace muchos años, con las universidades españolas y latinoamericanas. Sumergidos como estamos en los discursos antimilitaristas y, luego de haber sufrido generaciones enteras los golpes de estado liberales que incurrieron en la represión violenta más que en la superación discursiva o persuasiva, conformistas en tanto ya no se anhela ninguna revolución radical sino un mero reformismo que ha ido recolectando a sus exiliados desde la llamada “vuelta de la democracia” de 1983.



El Rol del Estudiante



Ya refiriéndonos a la actuación de los universitarios en los procesos históricos, me remito a las reflexiones de Arturo Jauretche que no dejó de señalar con ahínco, cómo es que la Educación Superior devino en establecimiento de la “Intelligentzia”:



“El decreto 6.403 del Gobierno del General Aramburu estableció en el Artículo 32: “No serían admitidos al concurso quienes hayan realizado actos positivos y ostensibles de solidaridad con la dictadura, que comprometan el concepto de independencia y dignidad de la cátedra”. Esta es la actitud de los liberales y ahora viene la de estos “marxistas”.

José Luis Romero como interventor de la Universidad de Buenos Aires produce otro decreto destinado a precisar más el alcance de la medida. “Los que hayan propuesto o participado en actos individuales o colectivos, encomiando la obra de la dictadura, realizados dentro o fuera de la universidad, invocando o no su condición de universitarios”.

Es que lo que importa es que la Universidad cumpla su papel como expresión de la “intelligentzia”; no importa su orientación siempre que no sea nacional. El pretexto es la “dictadura” y dictadura es toda manifestación auténtica de lo popular en cuanto desborda las estructuras creadas para el país, por eso “intelligentzia”. El pretexto puede ser Perón, como lo fue Yrigoyen. El objeto es el monopolio de la Universidad por el pensamiento anti-nacional y en eso están de acuerdo, en el momento crítico, las alas de la intelligentzia.”



Como vemos, han cambiado los actores pero no las ideas que representan. No en vano la mayoría sigue ensalzando a Carlos Marx, por un lado y a Jorge Luis Borges, por el otro. Cada uno de ellos tiene algo rescatable pero en la medida que se los enseñe como se lo hace y desde hace tanto tiempo, seguiremos viendo la realidad con anteojeras.

Por lo que el estudiante necesita liberarse del mal del “fubismo”, que como élite que pretende conducir a los hombres del pueblo, recae una y otra vez, en discursos estériles negando de plano la realidad argentina, como ocurrió en 1930 y en 1955. Se liberará cuando “empiece a sentirse hombre antes que estudiante, e hijo del país y hermano de sus hermanos antes que miembro de un sector magistral”, al decir de Jauretche. Cuando perciba que él no es la civilización contra la barbarie, sino parte de la sociedad real que en el dilema se le ha presentado como bárbara. Y entonces allí, los maestros o formadores de la Intelligentzia no podrán seguir con sus anacronismos.

Pudo verlo él, podemos aprenderlo de “los olvidados” como Gálvez, Lugones, Marechal, Castellani, Palacio, Jijena Sánchez, Scalabrini Ortiz, Vignale, Doll, Sierra, Ugarte, Astrada, del Río, Cambours Ocampo, Irazusta, Ibarguren, Biggieri, Francois, Giacobbe, Imbelloni, Santos Discépolo, Manzi, Cátulo Castillo, Vacarezza, Gobello, etcétera. Por nombrar algunos. Cada uno dedicado a su tarea pero sin anteojeras, sin temer al país real. Lo que ahora muchos denominamos el “campo nacional”. Que fue expulsado sino exiliado de la Educación Superior siempre con pretextos indemostrables o por la fuerza.

Otra sería la República de lograr, efectivamente, esos dos puntos que anhelara Ortega y Gasset por los años cuarenta para su patria:

a. La enseñanza de las profesiones intelectuales.

b. La investigación científica y la preparación de futuros investigadores.

Pero sin ocultar a estas generaciones intelectuales y anti-intelectualistas argentinas que no se manifestaron desde el seno de la Universidad Nacional sino desde distintas instituciones particulares, cuando no aisladamente.

Como habrá advertido el lector, cuando mencionamos la educación superior, no nos importa tanto la técnica sino la Cultura. Porque un pueblo puede tener muchos técnicos pero sino posee una cultura arraigada, fuerte, laboriosa, jerárquica y heroica no se puede ser Patrón de sí mismo y caemos, irremediablemente, en la mentalidad europeísta y extranjerizante de la intelligentzia.



Como bien se sabe, las revoluciones políticas “se hacen desde arriba” pero los cambios graduales en la cultura que, en definitiva son los que prevalecen en los pueblos, “se hacen desde abajo”. Esto lo vio Antonio Gramsci y no hay más que acercarse a los claustros o prender la televisión para ver sus consecuencias directas. Entonces, ¡a combatir la contracultura!

Acaso nos falte el “repertorio de convicciones” que había de dirigir efectivamente nuestra existencia. Y la cultura que “es lo que salva del naufragio vital, lo que permite al hombre vivir sin que su vida sea tragedia sin sentido o radical envilecimiento”, según Ortega y Gasset, sea lo que hoy brilla por su ausencia.

Reste, tal vez, en la hora que nos toca transitar por la vida, “pertenecer consustancialmente a una generación”, y como “toda generación se instala, no en cualquier parte, sino muy precisamente sobre la anterior”, hacernos dueños de nuestro destino y al identificar esa generación anterior, hacer nuestra crítica y seguir adelante. Sea éste, quizás, un débil intento de seguir adelante.



Andrés Mac Lean









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