El Solar de la Raza por Manuel Gálvez (Fragmentos)



  "Para el individuo, viajar es, a veces, salvarse. Hay quien al iniciar su viaje abandona al hombre antiguo, comienza una mejor vida. Algunos encuentran su personalidad, deciden su vocación. Constantino Meunier, pintor mediocre, siente en su viaje por España, a la edad de cincuenta años, despertar aquella vocación que le llevó a ser uno de los más insignes escultores de la época. Otros adelantan en su camino de perfección; muchos hallan la fé que los rehabilitará ante su propia conciencia. Y todos se educan y civilizan.
   Quizá no hay nada tan útil como la facultad de soñar. El hombre que no sueña es un ser rutinario; no innovará, no creará jamás. Soñar es vivir, preparar el advenimiento de la creación artística o científica; soñar es amar la vida y las cosas. Los hombres y los pueblos necesitan soñar. Y bien: los viajes propician la plenitud del ensueño. Cuando viajamos, dejamos en nuestras casas las menudas preocupaciones que enturbian la vida y nos entregamos a la delicia de vivir con el alma. En los viajes sentimos en nosotros un despertar de poesía. Sin contar la visión de los paisajes y las sugestiones del arte, encontramos una rara e íntima poesía en mil cosas, algunas triviales: como cuando llegamos de noche a una ciudad muerta y recorremos sus calles solitarias; cuando en el largo rodar de los ferrocarriles nos despiertan de nuestros sueño voces extrañas y quejumbrosas que pronuncian nombres evocadores, célebres, seculares, nombres de los pueblos en cuyas estaciones nos detenemos; cuando pisamos los mismos lugares que ilustraron con sus vidas los grandes hombres de la historia; cuando sufrimos en los cuartos de los hoteles el horror de la soledad; cuando creemos sentir en las callejuelas arcaicas el alma de un héroe o de un santo.
   A la patria misma se la quiere y comprende mejor cuando se viaja. Entonces apreciamos todo el valor de nuestras costumbres, de nuestras afecciones, de nuestras instituciones, de nuestras ideas y sentimientos. La patria, vista desde lejos, se agranda y poetiza. Es a nuestros ojos como un ser humano, como una amada cuya ausencia nos aflige.
   Los viajes son, por último, el más útil instrumento de perfección para las sociedades modernas. Los periódicos, los libros, jamás nos darán la sensación exacta de las cosas. Es preciso ver con los propios ojos, oír con los propios oídos. Los viajes nos estimulan y nos infunden la noble ambición de alcanzar las perfecciones ajenas." (pp. 20-21)




“Visión fantástica y extraña es la que Ronda, vieja ciudad de Andalucía, ha formado en mi espíritu. La veo como a una de aquellas ciudades inverosímiles con que los pintores primitivos llenaban el fondo lejano de sus paisajes. Pero en mi visión de Ronda nada hay de místico ni de caballeresco. Es sólo una imagen violenta, atormentada, huraña, como la visión de un primitivo flamenco a la que un Boecklin o un Doré hubiesen retocado, infundiéndole aspecto trágico.
Sin embargo, tal vez la Ronda de la realidad no sea exactamente así. La guía Baedeker la llama “riente”, y lo son, en efecto, las casitas del pueblo nuevo: amables, enjabelgadas, exhalantes de sosiego y bienestar. ¿Cómo se explica, pues, mi sensación?
Es la obra del Recuerdo, aquel creador original y maravilloso.
En mis breves horas de Ronda, debieron mis sentidos percibir innumerables detalles. Unos, insignificantes, materiales, objetivos, fotográficos, vulgares, sin trascendencia. Otros, fundamentales, característicos, espirituales, que tal vez me dieron una sensación fugaz y confusa, por lo cual fue inadvertida, quedando en lo hondo de la subconciencia. La memoria – que es al recuerdo lo que la inteligencia al talento, lo que la fotografía de un paisaje a la obra de un artista, - guardó aquellos detalles que constituían la imagen material de Ronda, su forma exacta, su apariencia externa. Pero comenzó a pasar el tiempo, y todo esto fue olvidándose. El Recuerdo, mientras tanto, iba creando. Los detalles característicos y esenciales surgían, crecían, se exageraban, se abultaban, se intensificaban. Sucede con las montañas que, a medida que nos retiramos para contemplarlas, son más grandes y bellas, y sus caracteres, que, cuando estábamos dentro de su entraña, tal vez no veíamos, se nos revelan, entonces, esencialmente. Sucede, también, con el hombre que, cuando han pasado los años, se ha intensificado y sus rasgos fisonómicos, en consecuencia, se han acentuado. De este modo, por el alejamiento de la realidad y la intensificación de las cosas hasta hacerlas parecer como miradas con una lente de aumento, el Recuerdo ha engendrado mi actual visión de Ronda, una visión profunda y espiritual, la síntesis de Ronda. En mis horas de la ciudad andaluza apenas conocí su imagen material. El Recuerdo me hizo conocer su alma, su esencia. Es que el Recuerdo hace perdurar lo que en las cosas hay de eterno, lo que es su síntesis, el resumen de todos sus aspectos. Cada vez que recordamos somos creadores y poetas, pues agregamos a la visión originaria alguna nueva interpretación, o algún matiz antes no percibido, o, tal vez, algún aspecto que acaba ahora de surgir.”


“y he aquí el dolor de España: ver cómo aquellos ideales de antaño deben desaparecer: cómo el sentido positivista de la vida domina el mundo; cómo el arte humano y único que expresaba aquellos ideales resultará pronto exótico e incomprensible, habiendo perdido casi toda relación de semejanza con la vida actual; cómo a la energía espiritual reemplaza la energía industrial, cómo las almas del Cid, de Don Quijote y de otros no menos admirables seres no influirán más sobre los hombres; cómo morirá la España vieja, la grande, la castiza”. (p. 76)

“Los viajes constituyen una perenne fuente de desengaños. Casi siempre la realidad es inferior al ensueño; pero mientras para aquellos espíritus que no ven las relaciones ocultas y sutiles entre los seres y las cosas la decepción es irremediable, otros, quizá demasiado orgullosos, quizá demasiado soñadores, no queremos reconocer la certidumbre del desengaño. Sacamos ilusión de la propia desilusión, extraemos nuevo ensueño de la realidad. Buscamos desesperadamente las partículas de belleza real y las acrecentamos en nosotros; atribuimos a las cosas significados caprichosos y subjetivos; evocamos leyendas magníficas ante restos efímeros; y envolvemos a una trivial piedra sin belleza ni interés en poesía de siglos, en niebla de misterio, en rezo de veneración.” (p. 146)





Gálvez, Manuel: El Solar de la Raza, Poblet, Buenos Aires, 1943

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