Manuel Gálvez - Sobre Vida de Gabriel García Moreno


V

DOS GRANDES AMERICANOS: GARCÍA MORENO Y APARICIO SARAVIA

Mientras concluía el Rosas pensaba en escribir las biografías, en dos gruesos volúmenes, de dictadores hispanoamericanos: el chileno Diego Portales, el boliviano Santa Cruz, el ecuatoriano García Moreno, el uruguayo Latorre, el venezolano Páez, el mejicano Iturbide, el paraguayo Francia, el dominicano Ulises Heureaux, que era negro o muy mulato, y tal vez el brasileño Peixoto. Me apasionaba este proyecto, mas no por simpatizar con las dictaduras, sino porque el dictador, lo mismo que el hereje y el rebelde, es siempre un individuo interesante: dominador de los hombres, sujeto de mucha garra, espíritu que vive un drama interior, y, a veces, también exterior. Además, el gobernante fuerte actúa, sobre todo en nuestra América, dentro de un ambiente original y característico.
Había empezado a documentarme cuando una circunstancia, en cierto modo casual, me hizo cambiar el proyecto por otro. Había invitado a almorzar en un restaurante al doctor José María Velasco Ibarra, ex presidente del Ecuador y que, echado abajo por una revolución, vivía aquí en el destierro. Escuchó mi proyecto y me dijo:
-             La biografía que usted debe escribir, dedicándole un volumen es la de García Moreno.
Me quedé sorprendido de que un liberal como Velasco Ibarra me diera ese consejo. Porque este ex presidente ecuatoriano es liberal de veras, tan sincero como ferviente en su liberalismo. Es el único liberal auténtico que conozco, pues en su amor a la libertad no hay sombra de fanatismo, ni de intransigencia, ni de incomprensión de las ideas diferentes o contrarias, como suele encontrarse entre los liberales.
Yo sabía poco de García Moreno. En el colegio del Salvador nos leyeron a los chicos, durante el almuerzo, un resumen de la vida del muy católico personaje, pero yo de nada me acordaba.
-             García Moreno – afirmó Velasco Ibarra – ha sido el más grande gobernante de América.
Me lo demostró recordando las estupendas carreteras, la creación de institutos de enseñanza. Hasta una escuela normal para indios había fundado. Me habló Velasco del abogado que enseñara química en la Universidad de Quito, de su descenso al volcán del Pichincha, de su ascensión a la cumbre del Sangay.
-             Pero ¿cómo consigo desde aquí los datos necesarios?
Prometió ayudarme enviándome algo de lo que él poseía y escribiendo a sus amigos del Ecuador.

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Ente nosotros se tenía una idea grotesca de García Moreno. José María Ramos Mejía, historiador de talento y enterado de lo que decía – pero muy mal enterado en este caso –, considera a García Moreno casi como un analfabeto… Carlos Ibarguren, también historiador de talento y honrado, lo llama “sanguinario tirano”. Estos ejemplos prueban la opinión errónea que existía entre nosotros sobre el gobernante del Ecuador. Su desconocimiento significa que aquí no había libros verídicos acerca de su persona y de su obra.
Temía no poder llevar a cabo el proyecto, pero, felizmente, Velasco Ibarra cumplió. Por su intermedio conseguí algo de lo que necesitaba. No recuerdo si él me puso en contacto epistolar con el escritor ecuatoriano Isaac J. Barrera, por cuyo intermedio compré libros agotados desde años atrás, sin contar con los que él me obsequió.
Igualmente me ayudó el doctor Julio Tobar Donoso, ilustre miembro del Partido Conservador, católico ferviente y por entonces ministro de Relaciones Exteriores del Ecuador. Tobar Donoso quitaba tiempo a sus tareas ministeriales para cartearse conmigo y enviarme libros. Entre sus envíos, debo señalar la copia de las cartas privadas de García Moreno a su segunda mujer, Marianita del Alcázar, pues nada conozco mejor para penetrar en la intimidad espiritual del gran hombre.
Tuve muchísima suerte, lo que me permitió escribir mi libro con rapidez. Nadie me negó su ayuda, y – hecho inaudito – una biblioteca oficial, la del a Municipalidad de Guayaquil, me envió, en préstamo, una obra de gran valor para mí y que estaba totalmente agotada desde muchos años atrás.
Aquí en la Argentina algo había que pudiera serme útil. Se me ocurrió que en La Plata, en la colección Farini, en poder de la Biblioteca de la Universidad, acaso encontrara periódicos del Ecuador. Así fue. Allí pude consultar – o mejor dicho, leer íntegramente – números sueltos, pues no había ninguna colección completa de diarios ecuatorianos. Leí, para empaparme del espíritu de la época y conocer a fondo el Ecuador, hasta los avisos.
Porque mi libro no podría tratar solamente de García Moreno. Yo necesitaba conocer su patria, el paisaje de Ecuador, la historia del Ecuador, las biografías de todos aquellos hombres que estuvieron al lado o en contra de García Moreno. Y necesitaba, también, conocer, en la parte que me interesaba, la historia de Colombia y del Perú, naciones vecinas al Ecuador, país con el cual habían estado en guerra.
En la Biblioteca Nacional encontré libros preciosos para mí, como las obras de Juan Montalvo – personaje que me fue indispensable estudiar a fondo –, La compañía de Jesús en América, del padre Rafael Pérez, una Historia del Ecuador, de Juan M. Murillo, la Galería Histórica de Henry de Lauzac, el Albúm biográfico ecuatoriano, de Camilo Destruge, la Historia del Ecuador, de González Suárez. Acaso lo más interesante que utilicé en la Biblioteca fueron libros extranjeros: Journal of a Residence, de Charles Stuart Cochrane, Four years hmong Spanish Americans, de F. Hassaurek, una trabajo de Richard Pattee, en portugués, sobre García Moreno e sua contribução cientifica no Ecuador.
También encontré cosas interesantes en la Biblioteca Mitre: el libro sobre Julio Arboleda y Gabriel García Moreno, de Gonzalo Arboleda; L’Equater, de Alexandre Holinski; El congreso americano, artículos de El Tiempo, de Bogotá; una biografía del general Ramón Castilla, presidente del Perú.
Comenzada el 20 de diciembre de 1940, la Vida de don Gabriel García Moreno quedó terminada el 27 de septiembre del siguiente año. Pero no apareció hasta mediados de 1942, publicada por la editorial católica Difusión. La tirada fue excepcional, de 14.500 ejemplares, y se vendió con relativa rapidez. Como puede suponerse, la mayor parte fue consumida por el Ecuador y otros países de Hispanoamérica. Esta edición llevaba en la cubierta un bello retrato de don Gabriel, que era un hermoso tipo de hombre. Tres años después, en 1945, la editorial española Escelicer publicó otra edición.
En ambas tiradas figura esta dedicatoria, que considero de algún interés reproducir:

Dedico este libro a dos ecuatorianos tan distinguidos como de diferente posición política y a quienes les une la admiración a García Moreno: al doctor José María Velasco Ibarra, ex presidente del Ecuador y fervoroso liberal, que me dio la idea de escribirlo, me alentó con entusiasmo para que lo llevara a cabo y me auxilió con sus opiniones interesantes y algunos libros que pudo proporcionarme en el destierro; y al doctor Julio Tobar Donoso, conservador y católico, actual ministro de Relaciones Exteriores del Ecuador, a quien debo no sólo el envío de muchas obras esenciales para mi trabajo y de buen número de cartas privadas del prócer, sino principalmente la valiosa y exacta información de su propios notables libros, realizados con alto e imparcial criterio histórico.

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Conservo poquísimos artículos de diarios argentinos. Sospecho que en nuestro país, donde la imparcialidad y serenidad para juzgar casi no existen, se consideró a mi libro con criterio político. También ocurre que don Gabriel no es simpático, y por esto a ciertos lectores no les gusta mi trabajo… Pero puedo asegurar que ninguna de mis biografías ha despertado tanto entusiasmo. Amigos míos de talento la consideran la más apasionante y valiosa entre ellas. En general, se opina que es la mejor construida y escrita, acaso la de mayor vuelo.
No me trató muy bien La Nación, aunque me hizo algunos buenos elogios:

Su labor informativa ha sido paciente y copiosa; la integración del momento histórico y la del personaje, plenas de materia vital y de congruencia osmótica. La absorbente personalidad de García Moreno surge como un triunfo y una glorificación de aquel medio lento en las corrientes profundas y tumultuosas en la superficie.

Ramón Doll afirma que es un libro completo, en el que realizo la vindicación del personaje con paciente búsqueda de datos y documentos, y termina:

Hay en estas obras de Gálvez, cuando estudia a nuestros héroes, un fervor civil, una pasión de los tiempos y una comprensión de lo actual respecto a la Historia, que lo coloca en la línea de los grandes servidores de la Nueva causa contra los intereses bien conocidos de los que quisieran seguir oyendo declamaciones remanidas contra los tiranos y los esbirros.

En El Pampero, diario nacionalista y católico publicóse un hermoso artículo. Por ahí dice:

Pero García Moreno, en pleno siglo judaico como es el siglo XIX, sale al medio, lucha, protesta contra lo de Porta Pía (el único gobierno que se atrevió a defender al papa). Manuel Gálvez desarrolla la epopeya con mano maestra. El affaire de los jesuitas lo coloca a García Moreno al lado de los grandes iluminados por la Providencia. La tenacidad y la discreción (no es un fanático García Moreno, y cuando hay que hacer azotar a un fraile bigardón, lo hace con todas las de la ley) son reveladas en impresionante estilo por el autor.

En Atlántida, Sylvina Bullrich terminaba así su artículo: “Toda esta vida rica en acontecimientos, nos narra Gálvez con erudición, con talento, con colorido y con soltura de conversador”.
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En el Ecuador se publicó mucho acerca de mi libro. Pero de los artículos extranjeros sólo recordaré el de Alone (Hernán Díaz Arrieta), crítico chileno de renombre en su patria. Observa dos cosas que yo dije: la diferencia entre García Moreno y el Ecuador, y la diferencia del personaje con los demás caudillos y gobernantes de América. Pero también dice que yo no era el biógrafo que le convenía… Aunque me llama “escritor eminente”, opina que el espíritu no sopló sobre mí. A juicio de Alone, mi obra no corresponde a la altura moral e intelectual del Presidente ecuatoriano. Agrega:

Carece de nobleza (sic) y aliento. La frase corta, premiosa, casi jadeante, corre como improvisada y cae en vulgaridad de expresión y juegos de palabras banales (“triviales” debió decir Alone, que, por lo visto, no conoce bien nuestro idioma), periodísticos. El relato se pierde a menudo en pequeños detalles minuciosos, o se enreda en peripecias de cuarto orden, entre personajes indefinidos. No hay visión grande, no hay valorización justa, no hay perspectiva ni panorama que den las proporciones o desproporciones del héroe y su medio, del actor y su teatro.

Alone, hay que repetirlo, no conoce bien el idioma. Si la frase es premiosa no puede correr, pues premioso es lo “tan ajustado o apretado que difícilmente se puede mover”, y también es lo “rígido, estricto” y lo “tardo, falto de soltura”.
Ya veremos cómo opinan otros ecuatorianos e hispanoamericanos.

Por ahora seguiré con los palos que me dieron, todos procedentes del campo liberal.
En El Mundo, de La Habana, me cayeron Raimundo Lazo y Roberto Agramonte. Dejo a un lado al profesor Agramonte, que respiró por la herida. Yo lo traté muy mal en el prólogo de mi libro, y era natural y humano que él me tratara de igual modo. Sólo diré que no puede hacérsele mucho caso a un señor que cree que Genève es Génova, y que considera poriómano, o sea enfermo de manía ambulatoria al padre de García Moreno porque viajó de su pueblo a Cadiz, de allí a El Callao y luego a Guayaquil, de donde no se movió jamás…
El señor Lazo me acusa de mezclar la religión con las cosas de la política y del gobierno y de defender, justificar, explicar y exaltar a García Moreno a pesar de las cosas que yo mismo digo del personaje. Poca comprensión y conocimiento de la Historia demuestra el señor Lazo. Su hubiese leído a Plutarco habría visto cómo los más grandes hombres de la antigüedad griega y romana cometieron toda clase de crímenes, sin perder, por ello, su grandeza. Entre los modernos, ahí está Napoleón. García Moreno incurrió en graves errores y en abusos de autoridad; era despótico y entremetido; pero todo eso no le impide ser el más grande hombre del Ecuador y, como opina el liberal Velasco Ibarra, el primer gobernante de la América Española. Hay algo gracioso en el artículo de Lazo. A propósito del intento de García Moreno – el más grave de sus errores, como lo digo en mi libro – de entregar su patria al protectorado de Francia, escribí:

García Moreno es un precursor de los que, ochenta años más tarde, por temor a un vago peligro de parte de Alemania, quieren entregar la América Española a los yanquis.

Estas palabras constituyen una acusación tremenda para García Moreno, y demuestran mi imparcialidad; y no hay en ellas nada favorable a Alemania. No obstante, el señor Lazo las comenta de este modo:

Y así quedan ratificadas las sospechas del lector avisado, las que lo asaltan dede las primeras páginas y se convierten justificadamente en el juicio definitivo de todo el libro: la materia histórica, García Moreno, es aquí solamente un símbolo, es el pretexto para exaltar las dictaduras y para difundir su política despótica y materialista disimulada bajo el impresionante camouflage de motivos religiosos y nacionalistas. La obra del novelista argentino es, en efecto, un pretexto más del quinta-columnismo ideológico internacional de las dictaduras de Hitler, de Mussolini y de Franco, en su lucha multiforme e implacable contra la civilización democrática y liberal y contra la cultura auténticamente cristiana, fundadas sobre el concepto imprescindible de la libertad y de la dignidad del hombre.

Esto de que yo, espiritualista de toda la vida, cristiano, católico ferviente, haya querido exaltar las dictaduras “materialistas”, es como para hacer reír a carcajadas a un hipopótamo. ¡Y yo que en El Pueblo le pegué por esos años a Hitler y a Mussolini! Y pensar que había escrito mi biografía de García Moreno por sugerencia de un liberal verdadero, de Velasco Ibarra, a quien algo le tocaría de ser ciertas las cosas que dijo el señor Lazo…

***
Veamos ahora algunas cartas. Velasco Ibarra juzga que mi biografía es la mejor que se ha escrito. Encuentra en ella “precisión, claridad, ninguna repetición inútil, ninguna difusión innceseria”. Hay en mi libro, según él, “páginas, escenas, descripciones, de un color vivísimo, de un relieve magnífico”. Dice también:

Admiro la cantidad de información y documentos que usted ha nutrido eficientemente en uno o dos años. Ha consumado usted todo un milagro de síntesis. Sin vivir en el Ecuador, haberse informado de tantas cosas grandes y pequeñas es un esfuerzo de intelección y sacrificios verdaderamente admirable.

Agrega que si alguna vez él volviese a tener influencia en el Ecuador,

Se comprarían muchos centenares de su obra para repartirlos por los pueblos de América y los colegios y escuelas ecuatorianos. Su libro demuestra lo que mi país encierra de posibilidades. Bastaría la escena del Congreso de 1867, tan al vivo descrita por usted, para ennoblecer a un pueblo por su valor.

Tobar Donoso califica a mi libro de “admirable y gigantesco trabajo”. Dice más adelante:

He quedado sorprendido de la gran copia de documentación que ha llegado a reunir; de la manera certera con que se abre camino en medio de los más enmarañados sucesos, como los de 1859 y 60, y de la habilidad y discreción con que descubre la verdad, a pesar de las sombras que ha acumulado el odio en derredor del primero de nuestros estadistas. El libro es tan a ameno, tan brillante y sugestivo el relato, tan hermoso el estilo, tan profunda la penetración en la entraña de los sucesos y de la psicología del personaje, que no es posible dejar la lectura una vez comenzada. He tenido intenso goce espiritual, goce viril y fuerte, de esos que sólo se alcanzan cuando un libro corresponde a una necesidad fundamental y profunda. La vida de García Moreno es una lección, y usted la ha dado con arte eximio y enérgico desenfado.

Gonzalo Zaldumbide es uno de los escritores de nuestra América de mayor autoridad literaria y de los más artistas y es hijo de un distinguido literato que actuó en tiempos de García Moreno. Embajador de su patria en Río de Janeiro, vino de paseo a Buenos Aires, compró mi libro, lo leyó con pasión y me escribió:

…He avanzado así, aunque a trompicones, en la lectura de su gran libro. No lo he terminado aún; pero los dos tercios leídos ya me hablan del final glorioso que usted va preparando con arte y ciencia de gran compositor. Se ha ganado usted, entre nosotros, el título del más ilustre de nuestros (el subrayado es de Zaldumbide) escritores, pues nuestro es quien de lo nuestro habla como el mejor de los ecuatorianos.

Esta carta es de 1943. Cuatro años después, otra vez de paso en Buenos Aires, volvió a escribirme. Díceme:

Cómo no expresarle, no sólo mi admiración, que por consabida pudiera sobreentenderse, sino mi gratitud por su magnífico, su penetrante, su irresistible García Moreno – insuperable, acaso – y también mi agradecimiento de hijo de Julio Zaldumbide a quien se refiere ustad con miramiento en las pocas pero expresivas líneas que hacían al caso.

Habla ahora Alcides Arguedas, historiador y novelista eminente y tal vez el primer escritor contemporáneo de Bolivia:

Inmediatamente me fui al texto, luego de buscar el nombre de una persona que me interesaba, Montalvo, y tropecé con datos y detalles que ignoraba y una espléndida e inolvidable pintura del hombre. Luego busqué otro tipo, Urbina, y también me gustó. Ni qué decir que el tipo central llena todo el libro, y que aparece grande, atrayente y respetable a pesar de sus errores, sus faltas y aun de sus crímenes.

Un ilustre dominicano, Tulio M. Cestero, novelista y biógrafo de valer, me escribió desde un barco, el Aconcagua, que se dirigía de Valparaíso hacia el Norte:

Acabo de terminar su Vida de García Moreno, que ha tenido la complacencia de prestarme el doctor Héctor Ghiraldo, ministro en el Ecuador, compañero de viaje. He leído su libro de un tirón: es sincero, fuerte, hermoso y su último capítulo, realmente emotivo. Me dirijo a mi patria por unos meses, y como quiero releer y conservar su libro, mucho le agradeceré que también esta vez me cuente entre sus entusiastas lectores y me lo envíe.

Y, en fin, terminaré con las palabras que me escribió un historiador argentino, uno de los pocos honrados, sinceros y sabios de nuestros historiadores: Rómulo Carbia. Decíame:

…Su notoriamente magnífica Vida de don Gabriel García Moreno y le dice, con sinceridad absoluta, que se trata de un libro de mérito singular: por lo sensato del criterio que lo informa, por lo plácido y atrayente de la narración, por el caudal informativo que acusa y por la robusta prosa en que ha sido contruido.

Como se ve, por estas transcripciones y otras que pudiera hacer, Alone, en medio del coro de alabanzas a mi libro, se queda realmente alone – solitario, en inglés –, ya que no cuentan Agramonte, mal tratado por mí, ni su amigo Lazo.
En fin, para dar una idea de lo que en el Ecuador significa mi libro, referiré lo que un embajador de ese país dijo a Miguel Ángel Martínez Gálvez: “¿Es usted pariente del escritor Manuel Gálvez?” preguntó el diplomático. “Somos primos hermanos”, le respondió Miguel Ángel. Oído esto, declaró el embajador: “Pues sepa usted que, en mi patria, Manuel Gálvez es una especie de prócer”.

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Terminado el García Moreno, en septiembre de 1941, empecé el 1º de Noviembre la biografía del caudillo uruguayo Aparicio Saravia.(…)



Fuente: Gálvez, Manuel: Recuerdos de la vida litearia. IV En el mundo de los seres reales, Hachette, Bs. As., 1965, p.p. 59-67.

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