José Hernández - Martin Fierrro (fragmento)


XXXII

Un padre que da consejos 
más que padre es un amigo; 
ansí como tal les digo 
que vivan con precaución: 
naide sabe en qué rincón 
se oculta el que es su enemigo. 

Yo nunca tuve otra escuela 
que una vida desgraciada: 
no estrañen si en la jugada 
alguna vez me equivoco; 
pues debe saber muy poco 
aquel que no aprendió nada. 

Hay hombres que de su cencia 
tienen la cabeza llena; 
hay sabios de todas menas, 
mas digo, sin ser muy ducho: 
es mejor que aprender mucho 
el aprender cosas buenas. 


No aprovechan los trabajos 
si no han de enseñarnos nada; 
el hombre, de una mirada, 
todo ha de verlo al momento: 
el primer conocimiento 
es conocer cuándo enfada. 

Su esperanza no la cifren 
nunca en corazón alguno; 
en el mayor infortunio 
pongan su confianza en Dios; 
de los hombres, sólo en uno; 
con gran precaución en dos. 

Las faltas no tienen límites 
como tienen los terrenos; 
se encuentran en los más buenos, 
y es justo que les prevenga: 
aquel que defetos tenga, 
disimule los ajenos. 

Al que es amigo, jamás 
lo dejen en la estacada, 
pero no le pidan nada 
ni lo aguarden todo de él: 
siempre el amigo más fiel 
es una conducta honrada. 

Ni el miedo ni la codicia 
es bueno que a uno le asalten; 
ansí no se sobresalten 
por los bienes que perezcan; 
al rico nunca le ofrezcan 
y al pobre jamás le falten. 

Bien lo pasa, hasta entre Pampas, 
el que respeta a la gente; 
el hombre ha de ser prudente 
para librarse de enojos: 
cauteloso entre los flojos, 
moderado entre valientes. 

El trabajar es la Ley, 
porque es preciso alquirir; 
no se espongan a sufrir 
una triste situación: 
sangra mucho el corazón 
del que tiene que pedir. 

Debe trabajar el hombre 
para ganarse su pan; 
pues la miseria, en su afán 
de perseguir de mil modos, 
llama en la puerta de todos 
y entra en la del haragán. 

A ningún hombre amenacen, 
porque naide se acobarda; 
poco en conocerlo tarda 
quien amenaza imprudente: 
que hay un peligro presente 
y otro peligro se aguarda. 

Para vencer un peligro, 
salvar de cualquier abismo, 
por esperencia lo afirmo: 
más que el sable y que la lanza 
suele servir la confianza 
que el hombre tiene en sí mismo. 

Nace el hombre con la astucia 
que ha de servirle de guía; 
sin ella sucumbiría, 
pero, sigún mi esperencia, 
se vuelve en unos prudencia 
y en los otros picardía. 

Aprovecha la ocasión 
el hombre que es diligente; 
y ténganló bien presente 
si al compararla no yerro, 
la ocasión es como el fierro, 
se ha de machacar caliente. 

Muchas cosas pierde el hombre 
que a veces las vuelve a hallar; 
pero les debo enseñar, 
y es bueno que lo recuerden: 
si la vergüenza se pierde, 
jamás se vuelve a encontrar. 

Los hermanos sean unidos 
porque ésa es la ley primera; 
tengan unión verdadera 
en cualquier tiempo que sea, 
porque si entre ellos pelean, 
los devoran los de ajuera. 

Respeten a los ancianos, 
el burlarlos no es hazaña; 
si andan entre gente estraña 
deben ser muy precavidos, 
pues por igual es tenido 
quien con malos se acompaña. 

La cigüeña, cuando es vieja 
pierde la vista, y procuran 
cuidarla en su edá madura 
todas sus hijas pequeñas: 
apriendan de las cigüeñas 
este ejemplo de ternura. 

Si les hacen una ofensa, 
aunque la echen en olvido, 
vivan siempre prevenidos: 
pues ciertamente sucede 
que hablará muy mal de ustedes 
aquel que los ha ofendido. 

El que obedeciendo vive 
nunca tiene suerte blanda; 
mas con su soberbia agranda 
el rigor en que padece: 
obedezca el que obedece 
y será bueno el que manda. 

Procuren de no perder 
ni el tiempo ni la vergüenza; 
como todo hombre que piensa 
procedan siempre con juicio; 
y sepan que ningún vicio 
acaba donde comienza. 

Ave de pico encorvado 
le tiene al robo afición; 
pero el hombre de razón 
no roba jamás un cobre, 
pues no es vergüenza ser pobre 
y es vergüenza ser ladrón. 

El hombre no mate al hombre 
ni pelée por fantasía; 
tiene en la desgracia mía 
un espejo en que mirarse; 
saber el hombre guardarse 
es la gran sabiduría. 

La sangre que se redama 
no se olvida hasta la muerte; 
la impresión es de tal suerte, 
que a mi pesar, no lo niego, 
cai como gotas de fuego 
en la alma del que la vierte. 

Es siempre, en toda ocasión, 
el trago el pior enemigo; 
con cariño se los digo, 
recuérdenló con cuidado: 
aquel que ofiende embriagado 
merece doble castigo. 

Si se arma algún revolutis, 
siempre han de ser los primeros; 
no se muestren altaneros, 
aunque la razón les sobre: 
en la barba de los pobres 
aprienden pa ser barberos. 

Si entregan su corazón 
a alguna mujer querida, 
no le hagan una partida 
que la ofienda a la mujer: 
siempre los ha de perder 
una mujer ofendida. 

Procuren, si son cantores, 
el cantar con sentimiento, 
ni tiemplen el estrumento 
por sólo el gusto de hablar, 
y acostúmbrensé a cantar 
en cosas de jundamento. 

Y les doy estos consejos 
que me ha costado alquirirlos, 
porque deseo dirigirlos; 
pero no alcanza mi cencia 
hasta darles la prudencia 
que precisa pa seguirlos. 

Estas cosas y otras muchas 
medité en mis soledades; 
sepan que no hay falsedades 
ni error en estos consejos: 
es de la boca del viejo 
de ande salen las verdades.

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