Manuel Gálvez - Domingos de provincia


Domingos de provincia

Tú que adoras el silencio
De las ciudades muertas
Y que ansías el bien inmenso
De estar contigo mismo
Largas horas enteras,
Hallarás una ocasión propicia
Para indagar en tu alma
Los tesoros de la vida interna
Que paz y quietud reclaman,
Si vives ¡oh mi amigo!
La soledad honda y tranquila
Que llevan entre sus sueños los domingos,
Los tristes domingos de provincia.

Cada domingo provinciano
Es como una oquedad en una gruta,
Es como una ventana por donde vemos algo
De la abismal hondura
Que tiene el alma vasta y simple
De una ciudad tan vieja, tan pobre, tan humilde.

El domingo, las gentes
Andan sin rumbo fijo:
Como atónitas, como seres
Sonámbulos y como almas
Ausentes que ignoran su destino.

Domingo: melancolía,
Tristeza infinita
Vagando en las calles,
Sensaciones de abandono, sensaciones
De tedio, de soledades…
Tristeza, tiene el lento pasar de los coches;
Tristeza, la banda de la plaza;
Tristeza, los ojos de las niñas
Que escrutan la vida; tristeza, los rostros que a ti te sonríen
Desde los bajos balcones;
Tristeza, el pausado desfile
De las hospicianas y seminaristas;
Tristeza, la vida sin vida…

Lentamente pasa un carruaje;
Muchos después pasa otro;
Y otro aún, pero más tarde.
Es el desconocido forastero
Que llegó esa mañana.
Las mujeres le miran con asombro.
Se oye un solemne y serio campaneo;
Las beatas se pierden a lo lejos
Entre las sombras crepusculares;
Ha concluido el sermón en la iglesia;
Musitan sus rezongos las acequias;
Y la terrible soledad se inicia.
¡Ah las tardes dominicales
En provincia!

Pero ven, amigo mío,
Pues que en estas desolaciones
Uno se mira más de cerca,
Más penetra en sí mismo,
Más comprende el deber, la utilidad, el goce
Que hay en saber del alma las comarcas eternas.

Gálvez, Manuel: Sendero de humildad, Moen y hermanos editores, Bs.As., 1909, p.p. 85-88

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