Manuel Gálvez - Este pueblo necesita realizaciones y no política

VIII
ESTE PUEBLO NECESITA REALIZACIONES Y NO POLÍTICA
Nuestro gran mal ha sido la política. El país ha marchado casi solo, sin la ayuda de los gobiernos. No han faltado algunos gobernantes laboriosos y eficaces, pero la mayoría enorme de los legisladores y de los que han dirigido el país ¿no ha tenido como ocupación principal, sino exclusiva, el conseguir o el dar empleos a sus amigos o comprovincianos? Esos hombres, y los partidos a que pertenecían, y los comités, han contribuido, directa o indirectamente, a la formación del os presupuestos gigantescos, al mantenimiento de la mala enseñanza, a la atroz papelería y lentitud de la administración, a la bajeza de la adulonería. No condeno la mala política, sino toda la política. Aquellos males derivan de la existencia de partidos y comités, y estas dos desgracias son necesarias allí donde rige la democracia, o sea la mentira de la igualdad de todos los hombres, traducida en el sufragio universal.
No me refiero, pues, a tal o cual partido político. Todos son igualmente funestos. Porque los partidos sólo aspiran al poder; y no para hacer obra en bien del país, sino por las ventajas de toda índole que reporta el gobierno. La gente honrada y patriota esta ya harta de las declamaciones de los partidos, de sus promesas hipócritas, de su falta de patriotismo, de su inevitable amoralidad. En los últimos meses se han hecho revelaciones gravísimas sobre los políticos. Se ha sabido que cada delincuente y cada tratante de blancas tuvo siempre algún encumbrado protector, y así se dio el caso, durante el gobierno de Uriburu, de un personaje conservador que se interesaba por la libertad de un tenebroso, sabiendo que lo era, y daba la razón, sin ruborizarse, de que el individuo iba a instalarles un comité con su dinero...
Los demócratas pensarán que esto puede remediarse con una buena ley que reglamente los partidos políticos. Pero yo se que, hecha la ley, hecha la trampa. No. Eso no se remedia sino sencillamente con la supresión de los partidos políticos. Se me dirá que esta es una opinión particular, demasiado particular. Y yo contestaré que si eso no es necesario todavía, llegará el momento en que lo sea. Esperemos unos pocos años.
Se me objetará también que eso implica una grave disminución de la libertad. Sin duda. El orden y la disciplina, por una parte, y la necesidad de lograr el bien del país y de sus habitantes, por otra, exigirán una disminución de la libertad. No hay que asustarse. La libertad esta en crisis. La libertad va desapareciendo. Esto es triste, debo reconocerlo, pero es necesario para la salvación de los pueblos y para que haya en el mundo un poco de justicia social. El individuo ya no es lo fundamental, sino la colectividad, o, mejor dicho, el Estado que la representa y la contiene. Los que hoy nos beneficiamos con la libertad, debemos, pensando en los demás, conformarnos con perder una parte de ella.
Este pueblo necesita realizaciones. Y para esto, no contemos con los políticos, ni con el parlamento. Desde hace años, el país contempla, con más indiferencia que indignación, la desidia del Congreso. Sesiones enteras se pierden discutiendo intervenciones o interpelaciones, como si la politiquería fuese el fin principal que convoca a los diputados o a los senadores, mientras leyes esenciales quedan sin sancionarse. Nada serio se hará por vía parlamentaria. Esta es mi convicción y me atrevería a decir que la del país entero.
Esta es mi convicción. Y para poner un ejemplo, ¿cómo sería posible que los actuales congresos se convencieran de que formamos parte de la tradición greco-latina y cristiana y reformarán fundamentalmente la enseñanza, suprimiendo el laicismo que tanto mal nos ha hecho? Se pasaría un año en discusiones absurdas, se dirían las mayores atrocidades. Más de una orador nos negaría nuestra condición latina, y no faltaría algún socialista que, como ya lo dijera cierta vez, asegurase que la civilización nada le debe al cristianismo...
Pero no trata solamente de buenas leyes e importantes reformas, como la de la ley Sáenz Peña o la de la Constitución. Hay que decirlo claramente, para los que no saben leer entre líneas. Lo que yo creo que habrá que hacer, tarde o temprano, es crear un orden nuevo. Será preciso construir un nuevo Estado, que se levantará sobre bases jurídicas en extremo distintas de las del estado actual. El liberalismo democrático no resuelve los grandes problemas de estos tiempos. En la democracia el Estado es débil y permite todos los antagonismos, todas las desigualdades y todas las funestas consecuencias de la lucha de clases. Solamente un Estado fuerte puede unir a todos los ciudadanos y los habitantes de una nación, un Estado que esté por encima de las divisiones y de los egoísmos: de los egoísmos individuales y de los egoísmos de clase.
He hablado en un capítulo anterior de la necesidad del orden y de la disciplina. Pero el orden y la disciplina sólo pueden ser eficaces dentro del Estado fuerte, capaz de imponer una nueva economía, capaz de infundir ideales en el pueblo y capaz de conducirlo a una profunda reforma moral. En esta nueva forma del Estado, a la que habrá que llegar forzosamente si no se quiere que nos devore el comunismo, el individuo tendrá que ser, pero sin perder su personalidad, una rueda o un pequeño tornillo de la enorme máquina social.
Ya veo la objeción de los irreductibles partidarios de la libertad. Ellos dirán que, entonces, lo que yo preconizo no parece diferir mucho del comunismo. Pero se equivocan gravemente. Aparte de la cuestión de grado hay esta diferencia fundamental: el comunismo lo destruye todo, arrasando con la familia, con la religión, con las tradiciones; y yo creo que se debe modificar la sociedad y la estructura del Estado en el sentido del interés colectivo, pero conservando la familia, la religión, las tradiciones sociales, históricas y culturales.
Estas con las grandes realizaciones que el país necesita. Y estas realizaciones gigantescas no las harán los políticos ni los partidos. La era de la política está pasando en el mundo entero. Los hombres que viven del voto, de ese colosal engaño que es el sufragio universal, no darán un paso para que se establezca un régimen en donde la politiquería, los partidos y las declamaciones mentirosas no tienen lugar.
Ya sé que entre nosotros no se cree mucho en que la catástrofe se acerca ni en los peligros del comunismo. Hay en Buenos Aires hombres inteligentes que, sin embargo, miran los problemas del país desde la calle Florida. Pero el país no es la calle Florida, ni es esta calle un buen observatorio. Más que en los lugares elegantes de esta ciudad descreída, el país está en los campos, en donde seres humanos se mueren literalmente de hambre. Y en cuanto al comunismo, latente en las fábricas y en los campos, no olvidemos que es la obra de la propaganda internacional, que se ejerce entre nosotros con libertad entera y que, si no prevenimos la catástrofe, dará sus frutos oportunamente.
NOTAS AL CAPÍTULO VIII
No me refiero, pues, a tal o cual partido político. Todos son igualmente funestos. - Los gobiernos radicales llenaron la administración de elementos de comité; pero los adversarios del radicalismo se olvidan de que otro tanto hicieron los gobiernos anteriores al de Irigoyen. Hacia 1906 había en Buenos Aires más de cuatrocientos profesores que cobraban, pero que no enseñaban en colegio alguno por no haber cátedras disponibles... Se habla, de ciertas inmoralidades administrativas durante la segunda presidencia de Irigoyen, y nos olvidamos de que durante la segunda presidencia de Irigoyen, y nos olvidamos de que durante una presidencia anterior se llego hasta trasladar la capital de un territorio nacional a otro punto, con objeto de que un político amigo, poseedor de vastas extensiones de tierra en las cercanías de este lugar, se ganara varios centenares de miles de pesos.
Se me dirá que esta es una opinión particular... - Esta opinión no tiene nada de individual, pues hay millares de ciudadanos que creen lo mismo. Pero a fin de que el artículo pudiera ser publicado en el diario en donde habían salidos los anteriores, yo necesitaba dar a entender que esa opinión era una cosa mía, algo como una extravagancia o una exageración. No habiendo posibilidad de que el artículo apareciera en dicho diario, lo publiqué en otro, de tendencia nacionalista y fascista, sin tener el cuidado de reformar la frase. En Italia y en Alemania han sido suprimidos los partidos políticos y en Austria se ha puesto fuera de la ley al socialismo. No podía, pues, considerarse con una opinión particular, salvo caso de ignorancia asombrosa, la necesidad o la conveniencia de suprimir a todos los partidos.
Nada serio se hará por vía parlamentaria. - Citaré un ejemplo excelente. Desde hace diez y ocho años, por lo menos, los diarios más autorizados vienen clamando por la modificación de la ley sobre jubilaciones. He visto, hace poco, artículos publicados en 1916, que dicen lo mismos que los que están apareciendo ahora sobre este tema. Quiere decir, por consiguiente, que, en diez y ocho años, el Congreso ha tenido tiempo de considerar un problema urgente y grave... ¿Y cuál es la causa? Los intereses creados, el temor de disgustar a los votantes aumentando la edad exigida para jubilarse, y otras razones análogas. Por vía parlamentaria jamás se realizaría una eficaz obra social; ni se dictaría un buen plan de enseñanza; ni se suprimiría el laicismo; ni se modificaría la ley de inmigración en el sentido de no permitir la entrada al país de gentes que pertenecen a razas que nos descaracterizan, reduciendo nuestra condición de pueblo latino y católico; ni tendríamos una severa ley de imprenta, que concluyese con el pasquinismo y la inmoralidad periodística.
Ya sé que entre nosotros no se cree mucho en que la catástrofe se acerca ni en los peligros del comunismo. - El diario Crisol ha estado publicando, durante varios meses, tres o cuatro títulos por día de hojas comunistas que aparecen en el país, unas impresas y otras escritas a máquina. Creo que no hace falta otro argumento. Si no vemos el comunismo es porque está muy lejos de nosotros y no tenemos el menor contacto con él. Pero existe y está vastamente difundido. Y como son comunistas todos los millares de extranjeros fracasados, quiere decir que el triunfo del comunismo, en este país cosmopolita, seria más horrible, proporcionalmente, que en Hungría, que en Baviera y aun que en Rusia. En nuestras universidades el comunismo es una epidemia, y no veo contra ella otro remedio que suprimirla por la violencia oficial.

Gálvez, Manuel: Este Pueblo necesita..., Librería de A. Garcia Santos, Bs. As., 1934, p.p. 87-97

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