DE LA SUBJETIVIDAD EN
EL JUICIO CRÍTICO
Es muy frecuente encontrar personas
cultas, sea entre las
selecciones del público, sea entre los mismos hombres de letras, las cuales, al
decir de un libro que les gusta o no, consideran sus palabras como la expresión
de un juicio crítico. Si se les advierte que las opiniones individuales y
subjetivas carecen de valor, discuten que todas las opiniones son buenas y que,
en esta materia, no hay sino opiniones individuales. Y es curioso que este concepto
del Juicio crítico no difiera gran cosa del que suelen manifestar los
escritores de las nuevas tendencias literarias.
La opinión individual, basada en
el exclusivo gusto o criterio, no puede tener ningún valor. Si así fuese, todas
las opiniones serian igualmente buenas y no habría cómo ponernos de acuerdo
unos con otros. Resultaría imposible establecer la belleza de cualquier libro,
pues otras opiniones podrían afirmar su fealdad, con el mismo derecho que
aquellos que lo admiran.
Dos argumentos bastante serios
podrían darse en favor de esta anarquía. Si el hombre no puede salir de sí
mismo y poner se en contacto perfecto con el objeto, ¿será su juicio de otro
modo que meramente subjetivo? Y si el hombre es la medida de todas las cosas,
¿tendrá posibilidades de juzgar a las obras en sí, con independencia de sí
mismo? También se dirá que, así como la verdad es para cada hombre lo que le
hace bien, así será bello para cada hombre lo que le produzca una emoción. Pero
este punto de vista, falso en filosofía, lo es aún más estéticamente. Concedo
que aquello que nos hace bien sea bueno para nosotros — no la verdad — pero no
puedo conceder que las novelas de Carolina Invernizzio sean bellas por el hecho
de que a un pobre diablo le produzcan una emoción, aunque esta emoción, que
nunca será estética sino sentimental, tenga algún punto de contacto con la que me
produce a mi “El crimen y el castigo”. En esta materia, aparto la calidad de la
emoción, rige el sufragio, pero muy calificado. Lo que vale es el voto de los
grandes hombres, de los espíritus de selección, de los verdaderos artistas, de
las personas Inteligentes, sensibles y cultivadas. Indudablemente que un juicio
absolutamente objetivo es difícil de ser concebido. Pero creo que puede
lograrse una relativa objetividad, toda la que cabe dentro de nuestra condición
humana. Veamos los medios de alcanzarla.
Es cierto que no hay cánones
exactos y absolutos para Juzgar. Pero hay normas relativas, que se desprenden
del estudio do las grandes obras de todos los tiempos. Sabemos, por ejemplo,
que la "Ilíada", la "Divina Comedia", los versos de Petrarca,
de Goethe, los de Beaudelaire, los de Carducci, alcanzan los altos cielos de la
belleza — lo sabemos por la impresión que nos producen y que han producido a
millares de espíritus cultivados — y de su observación deducimos, con estricta
lógica, en qué reside la verdadera poesía. He citado aquellos nombres como
pudiera haber citado cien más, porque es indudable que la emoción que ellos nos
causan es más o menos la misma.
Desde la antigua Grecia, grandes
espíritus vienen observando los caracteres comunes que presentan, en cada
género literario, las obras maestras. La experiencia humana es, pues, inmensa
en esta materia. ¿Qué importancia pueden tener las opiniones individuales
cuando van contra las normas establecidas por los siglos? Se objetará que estas
normas pueden impedir la comprensión de nuevas formas de belleza. Pero no es
así. Los escritores y artistas que al surgir parecen nuevos y revolucionarios,
resultan, si se les estudia profundamente, dentro de la tradición. Así Puvis de
Chavannes y Eduardo Manet, rechazados en las exposiciones oficiales de su
tiempo, nos parecen ahora verdaderos clásicos, y nadie que posea sensibilidad y
cultura artística deja de ver todo lo que une a Manet con Velázquez y con Goya.
Y es curioso que el conocimiento de los grandes artistas del pasado nos ayude a
comprender a los grandes artistas contemporáneos, del mismo modo que el exacto
y profundo conocimiento de éstos nos ayuda a ver en aquellos nuevos aspectos,
que antes pasaron inobservados.
No hay cánones absolutos, de
acuerdo. ¿Pero quién se atrevería a decir, contra lo que se desprende de los
libros de Balzac, de Tolstoi, de Dickens, de Dostoievsky, de Pérez Galdós, que
en materia de novela lo esencial no sea lo humano? ¿Quién, que no sea un ignorante,
se atrevería a sostener que la obra de arte requiere la perfección de la forma,
cuando algunos artistas entro los más grandes que hubo en el mundo fueron
incorrectos, empezando por Platón, siguiendo por el Dante, por Cervantes y por
Shakespeare y terminando por Proust y por James Joyce?
Pero si el Juicio crítico debe
ser objetivo, no hay duda de que existen múltiples factores de subjetividad,
aun en los hombres más dispuestos a ser exactos e imparciales. El buen crítico,
el menos expuesto a equivocarse, será aquel que elimine de su espíritu con
mayor cuidado los factores de subjetividad.
Una de las causas que nos impiden
juzgar con exactitud es la relación que establecemos entre los libros y los
sucesos de nuestra vida. ¿Cómo no exagerar la belleza de la bella novela que leímos
en un momento de felicidad? ¿Cómo no amar el libro que, sin grandes valores,
nos sirvió de consuelo cuando sufríamos? En numerosas novelas encontramos cosas
nuestras y hasta personajes que se nos parecen extraordinariamente. Si estos
libros valen algo, ¿no es lógico que les aumentemos su valor? Y lo mismo sucede
con las obras que ensalzan aquello que amamos. Y lo contrario con las que
ensalzan lo que detestamos. Comprendo que el crítico de opiniones liberales no
sienta entusiasmo por los poetas católicos ¿Cómo un judío o un protestante han
de valorar exactamente los versos a la Virgen, de Paul Claudel? ¿Cómo un anticlerical
podrá sentir íntegramente la belleza de la "Divina Comedia”? ¿Cómo un espíritu
pagano podrá gustar de veras algunos libros de León Bloy, de Chesterton o de
Papini?
El desconocimiento de la vida es
un factor de subjetividad. El crítico que no haya vivido y sufrido, que no haya
estado en contacto con la maldad humana, que ignore las pasiones, que sólo conozca
su terruño, no puede juzgar con acierto. Eca de Queiroz refiere que Buloz,
director y crítico de “La Revue des Deux Mondes", era un detestable juez literario,
por ignorancia de la vida; y que un día habiendo sido víctima de un “chantage"
en el que estaba complicada una mujer a la que él amaba y protegía fue destituido
de sus cargos, por el directorio de la revista, a causa del escándalo que se ocasionó.
Y comenta el gran escritor
portugués que el directorio procedió equivocadamente,
pues ahora, después de haber conocido a fondo la miseria humana era cuando
Buloz podía juzgar acertadamente a las novelas.
El origen racial del crítico, el ambiente
en que ha pasado su infancia, el ambiente en que vive, la naturaleza de los
estudios que ha realizado, son factores de subjetividad. Un hombre de cultura germánica
puede estar inhabilitado, aun teniendo talento, para comprender profundamente a
un espíritu latino. Hay personas cultas e inteligentes entre las clases
elevadas que no soportan las novelas que ocurren únicamente en el pueblo o en
la clase media, y recíprocamente, hay escritores de origen modesto que tienen
un prejuicio involuntario con respecto a la literatura que refleja el ambiente
de las altas clases, salvo que haya en ella intenciones satíricas.
El estado de salud influye poderosamente
en nuestros juicios. No me refiero a las verdaderas enfermedades, sino a los
pequeños malestares, como los dolores de cabeza, las aprensiones, los fenómenos
de vagotonismo. ¿Quién podrá comprender enteramente un libro si lo lee
mortificado por un dolor de estómago? ¿Y qué decir de las preocupaciones
morales o de carácter económico? ¿Podrá penetrar en la poesía de Mallarmé o de
Valéry un hombre que tiene al día siguiente un vencimiento y no ha encontrado
aún el dinero para levantarlo? Todas estas cosas son especialmente importantes
cuando se trata de los críticos que deben entregar sus trabajos en plazo fijo,
es decir, los que forman parte de la redacción de diarios y revistas.
El deseo de lucimiento perturba
no poco el juicio crítico. El que lee un libro pensando en las citas que podrá
hacer cuando escriba su artículo, o en las bellas frases con que realzará el
mérito de su trabajo, nunca será un buen crítico. Esto es frecuente. Y no me
refiero a los farsantes, sino a los sinceros, a aquellos en quienes el deseo de
lucirse es una característica natural. El verdadero crítico debe ponerse frente
al libro que va a leer, en perfecto estado de humildad. Debe eliminarse
totalmente, dejando sólo su sensibilidad a flor de piel. Después vendrá el
estudio de la obra, y allí Intervendrán la inteligencia y el conocimiento
literario. El triunfo del buen critico no depende de la belleza o elegancia de
sus frases, ni de la rareza y oportunidad de las citas, sino de la mayor o
menor comprensión de la obra que considera y de que su juicio sea exacto y
completo, o no.
Claro es que la crítica así entendida
tiene algo de mediocre. Por esto, los críticos que no se resignan a eliminar su
personalidad ante el libro juzgado, intercalan comentarios estéticos o de otra
índole, a menudo paradójicos y personales. Es el caso de Ramón Pérez de Ayala
juzgando a Benavente. Sus páginas, verdaderamente llenas de talento, pueden
hasta apasionarnos; pero eso no es crítica. La crítica no permite ninguna
libertad de acción. Toda excursión extraña al juicio mismo convierte a la
crítica en ensayo. Creo que el ensayo desde cualquier punto de vista —
literario, humano o ideológico — es superior a la crítica. Pero no es crítica,
género de literatura con el que no debe ser confundido.
El crítico ha de conocerse bien a
sí mismo y administrar sabiamente su Inteligencia, sus inclinaciones y su
carácter. Ha de elegir los momentos del día que convienen para una lectura
serena y comprensiva. Hay quien no puede leer por las noches, como no sea
dormitando y despertándose. ¿Qué valor puede tener una lectura realizada en
estas condiciones? Creo que no todos los libros deben ser leídos a las mismas
horas, ni en las mismas circunstancias. La poesía exige una soledad y un reposo
que no reclaman las novelas. Hay páginas que pueden ser gustadas y comprendidas
en un tranvía. ¿Pero cómo han de ser leídos en un tranvía los versos de Mallarmé?
Una causa de subjetividad es la
de no haber practicado el género a qué pertenece el libro que se juzga. Quien
jamás escribió una novela — o. por lo menos, intentó escribirla — no puede juzgar
a un novelista. Hay tal cantidad de cosas que considerar en una novela, que
quien no hizo una, o pretendió hacerla, no las ve. La composición en una
novela, o la construcción, como se dice ahora, es una de las cosas más complicadas
que existen en la creación literaria. No es sólo una cuestión de mera técnica.
La composición está Íntimamente unida al fondo mismo de la novela. León Daudet
ha escrito con razón, que sólo un novelista puede juzgar a otro novelista. Los
grandes críticos de novela que hubo en España en el siglo pasado fueron dos
novelistas: Clarín y Emilia Pardo Bazán. Y en la actual literatura francesa
nadie supera, como crítico de novelas, al novelista Edmond Jaloux.
Juzgar con exactitud a un compatriota
y contemporáneo es empresa casi imposible. Mil elementos subjetivos deforman el
Juicio: la amistad, la simpatía, la antipatía, los servicios recibidos, los servicios
hechos y no agradecidos, las vinculaciones de grupo, la falta de esas
vinculaciones, las opiniones políticas, las ideas religiosas, la amistad en el
autor juzgado con alguien que nos es odioso, ¡y qué sé yo cuántos más! Para
juzgar a un contemporáneo y compatriota hay que proceder, con energía y valor,
a la eliminación de todo elemento de subjetividad. Y esto es muy difícil. Por
esto el público, cuyo buen sentido es notorio, apenas tiene en cuenta a los
críticos. Las reputaciones literarias sólidas — no las que son obra de la
propaganda — las hacen los lectores inteligentes, entre los cuales no tengo
inconveniente en incluir a los buenos críticos. Los críticos, sin embargo,
creen que ellos hacen las grandes reputaciones. Es el caso del gallo de la fábula,
que se imaginaba que con su canto hacia salir el sol.
El propio carácter del crítico,
del que nadie puede liberarse, es un factor de subjetividad. Hay críticos bondadosos
que tienden a encontrarlo todo bien, o casi todo; y hay críticos de mal genio
que tienden a encontrarlo todo mal. Los primeros no ven los defectos. Los
segundos no ven los méritos. Aquéllos están más cerca de la verdad, porque en
el balance de méritos y defectos, éstos no cuentan o cuentan para poco. Homero
dormitaba a veces, como sabemos, y el Quijote, según se ha dicho con acierto,
es el libro de las imperfecciones. ¿Y para qué recordar a Shakespeare, a
Dostoievsky, a Tolstoi y a tantos otros grandes nombres, que no tuvieron el sentido
de la perfección y cuyas obras abundan en defectos y caídas de toda especie?
Una vez más repetiré que el crítico
tiene que eliminar implacablemente todo factor de subjetividad. Habrá de leer
por lo menos dos veces la obra que tiene que juzgar, no sólo para comprender
aquellas cosas que se nos escapan forzosamente en una primera lectura, sino
también, y ante todo, para neutralizar los factores subjetivos que en ella
hubieran actuado. El crítico debe prescindir del tiempo y del espacio, causas
también de error, considerando que juzga a un escritor de otro país cuando
juzga a un compatriota, y considerando que vive en años futuros cuando juzga a
un contemporáneo. Quien no tenga este poder de abstracción, quien no sea lo
suficientemente imaginativo como para olvidarse de todas las circunstancias que
le rodean, ni tan humilde como para renunciar a sus prejuicios, a sus ideas y a
sus gustos, jamás se aproximará a la verdad. El buen crítico es el que, por la
eliminación de todo lo subjetivo, se acerca a la verdad.
Fuente: Gálvez, Manuel: De la subjetividad en el juicio crítico en La Nación, Bs.As., Abril 8 de 1934
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