Ignacio Anzoátegui - Discurso sobre la vejez

Discurso sobre la vejez

Por Ignacio Anzoátegui


Lo más que se puede pedir a un viejo es que sea un viejo, que se porte como un viejo y que piense como un viejo.
Para ser un viejo se necesita cumplir una determinada cantidad de años sin morirse.

Hay hombres que se proponen llegar a viejos y pasan en esa tarea los mejores años de su vida, absteniéndose del alcohol, del café, del tabaco, de las salidas de noche, del matrimonio y de todos aquellos excitantes que se prohíben a los viejos para tranquilidad de sus familias. Estos viejos honorarios contienen dentro de ellos toda la refinada incomodidad de una familia: contienen a la mujer que se opone a que el marido tome alcohol contienen al hijo mayor que se opone a que el padre tome café, contienen a la hija mayor que se opone a que el padre fume, contienen a la hija segunda que se opone a que el padre salga de noche y contienen a la nuera que; se opone a que el suegro se vuelva a casar. Son los hombres que ignoran la alegría de ser jóvenes por temor a ser viejos y prefieren vivir como viejos para llegar a ser viejos sin haber gozado de la alegría de ser jóvenes. Son los futuros viejos de Invernáculo que se meten al invernáculo para librarse del invernáculo.

Un viejo tiene derecho a cuidarse, pero un joven no tiene derecho a cuidarse como un viejo. Los viejos que no se cuidan suelen morirse de una indigestión, pero los jóvenes que se cuidan como viejos suelen morirse sin haber tenido nunca una Indigestión, que es la manera más zonza de desperdiciar las oportunidades de morirse.

Un hombre no necesita para vivir, del alcohol, del café, del tabaco, de las salidas de noche ni del matrimonio, sino que necesita de eso para saber que vive. Un viejo no necesita para vivir, del alcohol, del café, del tabaco, de las salidas de noche ni del matrimonio sino que necesita de eso para protestar porque no lo dejan vivir. La mujer de un viejo hace bien al oponerse a que su marido tome alcohol, el hijo mayor de un viejo hace bien al oponerse a que su padre tome café, la hija mayor de un viejo hace bien al oponerse a que su padre fume, la hija segunda de un viejo hace bien al oponerse a que su padre salga de noche y la nuera de un viejo hace bien al oponerse a que su suegro te vuelva a casar, pero el viejo hace bien al protestar contra su mujer, contra su hijo mayor, contra su hija mayor, contra su hija segunda y contra su nuera.

Un viejo tiene la obligación de protestar. Tiene la obligación de rebelarse contra todo aquello que significa una incomodidad en su vida, porque la vida de un viejo sin protestas es un triste anticipo de la muerte. Nada indigna tanto a un viejo como que lo crean demasiado viejo para hacer lo que quiere, y nada entristece tanto a un viejo como que lo crean lo suficientemente viejo para que haga lo que quiere. Los viejos vigilan atentamente a las personas que rodean su vejez. Los viejos saben que hay dos categorías de viejos: los viejos que dan trabajo y los viejos que se mueren. Todos los viejos quieren pertenecer a la categoría de los viejos que dan trabajo y temen pertenecer a la categoría de los viejos que se mueren. Los viejos que dan trabajo saben que la duración de su vida depende de la indignación que levanta en los otros su vejez. Los viejos que se mueren saben que la vecindad de su muerte se relaciona con la pena que despierta en los otros su vejez. A un viejo que da trabajo se le trata como a un hombre que da trabajo. A un viejo que se muere se te trata como a un hombre que no va a dar más trabajo.
Los viejos le tienen miedo al invierno, pero no les gusta que los otros le tengan miedo al invierno por su vejez. Un viejo sabe que debe ponerse el sobretodo para salir a la calle, pero no le gusta que le digan que debe ponerse el sobretodo para salir a la calle. El verdadero viejo, el viejo perfecto, es aquel que se enoja cuando le dicen que debe ponerse el sobretodo para salir a la calle y que es capaz de salir a la calle sin ponerse el sobretodo para vengarse de los suyos porque no le dijeron que debía ponerse el sobretodo para salir a la calle.

El sobretodo de un hombre viejo es siempre una Institución: una institución de color gris perla o de color gris obscuro, una- institución de color azul o de color vicuña, pero dotada generalmente de esa ligereza de sobretodo de playa que caracteriza a los sobretodos de las personas que necesitan más del sobretodo. El sobretodo de un viejo es la última defensa de su juventud: la defensa de la Juventud, que sirve para probar la vejez del hombre que se defiende, porque en materia de edades ocurre que aquello que se defiende es precisamente aquello que no se tiene. Esta peculiaridad pertenece a los viejos y a las mujeres: a los viejos, que no quieren parecer más friolentos que sus amigos, y a las mujeres, que quieren ser más Jóvenes que sus amigas. El sobretodo de los viejos es aquel sobretodo del cual puede decir su dueño: “lo llevo puesto porque es más cómodo que llevarlo en el brazo”. Hay viejos que no tienen otro remedio que usar sobretodos abrigados, porque su mujer le teme al frío o porque el marido le teme a los reproches de su mujer. Son los sobretodos que se disculpan diciendo: "lo he traído de Europa” o “el frío de Inglaterra es un frío terrible”.

Un hombre viejo debe alardear de joven y debe portarse como un viejo. Debe desafiar al frío como un hombre joven, pero debe sufrir las consecuencias del frío como un hombre viejo. Debe comer como un hombre joven o pretender comer como un hombre joven, pero debe hacerle mal la comida como les hace mal la comida dé los hombres jóvenes a los hombres viejos. Debe subir las escaleras y hacer ejercicios violentos como los hombres jóvenes y debe sufrir del corazón como sufren los hombres viejos. Un hombre viejo debe sufrir del reumatismo y debe indigestarse y debe tener arterosclerosis, porque de otra manera ese viejo sería uno de esos viejos que no han cometido nunca la imprudencia de salir desabrigados a la calle para hacer rabiar a su mujer, ni se han indigestado con su plato favorito para desesperar a su familia, ni han fumado sus largos habanos para desobedecer a su médico. Sería un viejo sin la gloriosa vejez de los viejos: un viejo con vejez de vida y sin niñez de muerte.

El verdadero viejo es un niño de ja muerte: un niño que aprende a andar hacia la muerte con alegría y que no se decide a desprenderse del todo de las manos de la vida, porque la vida también tiene su alegría y tiene sus chorizos con huevos y su vaso de vino y sus habanos que se fuman a escondidas de la muerte. Los viejos tienen su babero de muerte que es su barba blanca y tienen su caperuza de muerte que es su cabeza blanca.

Y tienen las piernas temblonas y las manos temblonas, porque sien- < ten el miedo de entrar en la muerte y que el frío de la muerte sea demasiado frío y que sus sobretodos de playa sean demasiado livianos para entrar con ellos en el frío de la muerte. Los viejos deben de llorar al entrar en la muerte como lloran los niños al entrar en la vida.

Un viejo soltero es un hombre que se ha quedado sin casarse con su primera novia. Un viejo casado es un hombre que se ha casado con su primera novia. Un viudo es un hombre a quien se le ha muerto su primera novia. Pero todos los viejos — los viejos solteros, los viejos casados y los viejos viudos—, inventan una primera novia: una primera novia con quien no se casaron, una primera novia con quien, se casaron o una primera novia con quien se casaron y se les murió. No importa que los viejos casados se casaran con su décima novia ni que los viejos viudos enviudaran de su décima novia: para ellos es la primera novia, porque el recuerdo lleva a los viejos al patio de glicinas donde conocieron a su mujer o al banco colocado debajo de un jazmín del Cabo donde besaron por primera vez a su mujer. Los viejos recuerdan con lágrimas en los ojos el perfume embriagador de las glicinas y de los jazmines del Cabo y recuerdan que en la embriaguez de ese perfume juraron un día: “tú eres la primera mujer a quien yo he querido”, porque la primera novia tiene un perfume de glicina y de jazmines del Cabo.

Los viejos están obligados a pensar como viejos para que los jóvenes no tengan miedo de coincidir con ellos ni se hagan la ilusión de que coinciden con ellos. Los viejos constituyen la historia escrita y los jóvenes constituyen la novela que no se ha escrito. El hombre joven que pretende pertenecer a la historia se convierte por ese sólo hecho en una estatua sin ubicación. El hombre viejo que pretende pertenecer a la novela se convierte en un viejo verde. Para ser un viejo verde no se necesita escandalizar a la sociedad: basta con escandalizar a los viejos. Un hombre Joven que no escandalice a los viejos es un traidor a la juventud. Un hombre viejo que escandalice a los viejos es un traidor a la vejez. El hombre viejo tiene obligaciones con la vejez y aun con la mala fama de la vejez, de la misma manera que una pantera tiene obligaciones con la mala fama de las otras panteras y un santo tiene obligaciones con la buena fama de los otros santos. Una pantera que nos trajera el diario en la boca todas las mañanas sería una pantera lamentable, como sería lamentable un santo que se divirtiera en armar escándalos todas las mañanas porque le llevaran frío su desayuno.
El hombre viejo está obligado a gruñir porque no lo despiertan con el diario y a gruñir porque lo despiertan con el diario cuando quiere dormir, está obligado a gruñir porque le llevan el desayuno frío y a gruñir porque le llevan el desayuno demasiado caliente. Está obligado a protestar porque lo visitan los nietos y a protestar que no le visitan los nietos. Está obligado a enojarse porque es verano, a quejarse de la lluvia en la ciudad y a quejarse de la sequía en el campo, a gritar porque le han esperado para almorzar y a gritar porque no le han esperado para almorzar.

El hombre viejo está obligado a ser terriblemente injusto con la juventud, de la misma manera que el hombre joven está obligado a ser divertidamente injusto con la vejez.

El hombre viejo debe ser, por encima de todo, fiel a su camisón. El camisón es la representación de la toga, que le permite al hombre viejo ser viejo – porque la toga era el traje de los viejos romanos - , que le permite portarse como viejo – porque el camisón es un traje incómodo que invita al malhumor – y que le permite pensar como viejo – porque el camisón está hecho para meditar severamente sobre el porvenir de los hijos con pensamientos de procónsul romano.

La salvación de la vejez depende del camisón. El día en que los viejos renuncien a la solemnidad del camisón por la comodidad del traje de Pierrot que usan los jóvenes para dormir, ese día la dignidad de la vejez estará definitivamente perdida.

Fuente: diario La Nación, 1 de Septiembre de 1935



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