Martin
Du Gard y el premio Nobel de Literatura
Por Manuel Gálvez
Desde
que en 1901 fueron creados los premios Nobel hasta el año pasado, la literatura
francesa había recibido cinco premios. El primero, en 1901, se le dio a Sully
Prudhomme; y puede decirse, que algo inmerecidamente, pues el autor de “El vaso
roto” era un buen poeta, pero no un gran poeta: había en Francia unos cuantos
que le superaban. El segundo premio lo obtuvo en 1904 Mistral, junto con el
dramaturgo español Echegaray. A Romain Rolland le correspondió el tercero, en
1915; premio merecidísimo, pues Romain Rolland, aunque deficiente prosista y no
muy conocedor del arte de componer novelas, era el más humano, profundo y
personal de los novelistas franceses contemporáneos: hay en su “Juan Cristóbal”
verdadera grandeza, y por esta obra magnífica y vasta es su autor el único de
los escritores actuales que se acerca un poco a Balzac. Anatole France recibió
el cuarto premio en 1921 y Henri Bergson el quinto en 1927. No debe extrañar
este premio. Bergson es un fino prosista y su obra sobre la risa entra en los
dominios de la literatura. Y su influencia en las letras del mundo entero ha
sido una de las más profundas que se conocen.
Roger
Martin du Gard, que acaba de ser laureado, era candidato desde hacía varios
años. Cuando lo supe, tuve la convicción de que la Real Academia de Suecia, el
día que quisiera elegir de nuevo a un francés, elegiría a Martin du Gard. Los
otros aspirantes – Paul Valéry, Eduardo Estaunié y J.H. Rosny – no podrían, a
mi entender, reunir los votos de los diez y ocho miembros de la Academia,
necesidad absoluta para un candidato, ya que el premio sólo se da por
unanimidad.
Poco
se conoce entre nosotros a Roger Martin du Gard, hasta el punto de que suele confundírsele
con su hermano Mauricio, el director de “Les Nouvelles Littéraires”. Roger
Martin du Gard es un escritor poco fecundo, lo cual resulta muy raro entre los
novelistas europeos. Mientras Duhamel, Jules Romains y otros algo menores que
él en edad han pasado de los cuarenta volúmenes, él apenas llega a la docena.
Su obra capital, “Les Thibault”, que consta de seis volúmenes, es la historia
de una familia. Nada de extraordinario ocurre en estos libros, que carecen de
acción novelesca, vale decir de una trama que se vaya desarrollando hasta su
desenlace. No son libros que puedan entusiasmar a los “snobs”. No tendrán
muchos lectores entre nosotros. Martin du Gard no busca novedades, ni es
intelectualista inmoderado, ni llega a la pornografía con el pretexto de
liberar al cuerpo humano de la condena que pesa sobre él. Pero su obra es de
tal solidez y perfección como no conozco otra. Se habla mucho de sobriedad, de
exactitud: pero este escritor es sobrio y exacto de veras. No se aparta nunca
de lo humano, y sus medios expresivos le
permiten alcanzar un extraordinario patetismo. Domina la técnica novelesca como
ningún contemporáneo. Cada capítulo suyo es una página de antología. De sus
libros sí que puede decirse que no hay en ellos una palabra inútil.
Me
hace pensar en el “Juan Cristóbal” de Romain Rolland esta serie de “Les
Thibault”. Romain Rolland es, desde luego, imperfecto, pero alcanza mayor
grandeza que Roger du Gard. Rolland será declamatorio cuanto se quiera y un
frondoso prosista, pero su obra llega por momentos a lo genial y su sentido de
la vida, sus conceptos del amor, de la amistad, son de una rara profundidad y
belleza. Roger du Gard nada tiene un subjetivo, ni es tampoco hombre de ideas.
Si me recuerda a Romain Rolland es por la extensión y variedad de su visión
panorámica del mundo moral, por la maestría con que hace vivir a toda una
familia, mezclándola en multitud de acontecimientos.
Aparte
de su mérito, había en este escritor una razón para ser preferido entre varios
candidatos: la de no levantar resistencias. El premio Nobel se concede por
unanimidad, como dije, y es harto difícil que se pongan de acuerdo los diez y
ocho miembros de la Real Academia Sueca. Por este motivo no pudo ser premiado
Thomas Hardy, que fue candidato varios años Toda la Inglaterra intelectual, que
le consideraba como el primer escritor de lengua inglesa, pedía por él. Y cada
año, uno de los académicos no lo votaba porque lo creía pesimista e inmoral.
Roger Martin du Gard no es pesimista, aunque tampoco optimista. No es inmoral
ni sensual. Es un escritor objetivo como ningún otro, y cuya personalidad
íntima no se manifiesta en sus libros. Observa la vida y la describe, sin
doctrina, sin comentario.
Quienes
consideran a Valéry, a Claudel o a Gide como las cumbres de la literatura
francesa, se habrán preguntado por qué alguno de ellos no ha obtenido el premio
Nobel. Esto quedará explicado con unas palabras sobre este premio, del que tan
poco se conoce.
El
premio Nobel de literatura es organizado cada año por el Instituto Nobel, que
posee un edificio propio en Estocolmo y numerosos empleados. La Academia Sueca
no tiene otra misión que la de fallar el premio de literatura eligiendo entre
los candidatos. La Academia Sueca se compone de diez y ocho miembros, varios de
los cuales, como ocurre en todas las academias no son precisamente hombres de
letras. No siempre es fácil, según puede suponerse, que los diez y ocho
académicos se pongan de acuerdo. Hay grandes escritores que, por sus ideas o
por otro motivo, ofrecen resistencia, lo cual puede favorecer a sus rivales,
acaso menos importantes que ellos. Sólo así se explica que Pérez Galdós, que
fue candidato, no recibiera el premio, y que en cambio lo recibiera Echegaray.
No se trata de incomprensión por parte de algunos miembros de la Academia
Sueca, sino de diversidad de opiniones y de doctrina estética.
¿Cómo
se llega a ser candidato? Muy sencillamente: presentándose. Entre nosotros se
cree un honor el ser candidato al premio Nobel. Error. Cualquiera puede ser
candidato. Y no veo cómo puede honrar a nadie el serlo cuando cada año hay
entre doscientos y trescientos candidatos. El honor es merecer el premio. Para
ser candidato basta con que el interesado sea propuesto. Aquí se cree que las
instituciones literarias y los escritores pueden proponer. Es otro error. El
reglamento del Instituto establece que sólo pueden proponer candidatos los
miembros de las academias oficiales, sean escritores o no, y los profesionales
universitarios de Literatura, Historia y Estética. Nadie más. Un escritor por
mucho talento o prestigio que tenga, no puede proponer candidatos si no es
académico o profesor universitario de alguna de aquellas asignaturas. Las
proposiciones colectivas no tienen valor. El instituto Nobel quiere, con razón,
la responsabilidad individual.
¿Cómo
se otorga el premio? Los miembros de la Academia Sueca que son, naturalmente,
personas serias, leen los libros de los más importantes candidatos. No votan
por informe de terceros, ni mucho menos por recomendaciones oficiales. En esto
último la Academia es muy quisquillosa. Basta que un candidato sea visiblemente
protegido por el gobierno de su país para que no se le dé el premio. Aun la
propaganda le es molesta a la Academia. Bergson había sido postergado, años
antes de obtener el premio, por causa del excesivo interés revelado por sus
compatriotas. La Academia Sueca quiere demostrar – y tiene motivos para
quererlo, dada la magnitud del premio – que es absolutamente libre e independientes
en sus decisiones.
Esta
necesidad de leer los libros de los candidatos tiene la mayor importancia,
porque determina la clase de escritores y de obras que pueden merecer el
premio. Si observamos la lista de los favorecidos, veremos que casi la totalidad
son novelistas y dramaturgos que pretenden el premio están generalmente
traducidos al francés o al inglés, de modo que pueden ser juzgados por los
miembros de la Academia, los cuales, como es natural, no poseen todos los
idiomas europeos. Fuera de los novelistas y los dramaturgos han sido premiados
algunos poetas nórdicos o bien que escriben en francés, inglés o alemán,
lenguas que conocen los académicos de Suecia. A Mommsem, historiador alemán, se
le dio el premio hace años: ha sido un caso único y no parece que haya de
repetirse.
Los
miembros de la Academia tienen también en cuenta la nacionalidad de los
candidatos. La fuerza de las cosas y la costumbre quiere que las grandes
naciones – Francia, Inglaterra y Alemania –, así como el grupo nórdico, tengan
un premio cada cierto números de años. Ahora hay que agregar los Estados
Unidos. Y nunca ha ocurrido, ni ocurrirá, que, premiado un francés un año,
vuelva el siguiente a ser premiado otro francés.
Paul
Valéry es un escritor hermético. Baste con decir que de su poema “El cementerio
marino” se han hecho treinta y dos – no sé si me equivoco en la cifra –
interpretaciones diferentes. ¿Cómo ha de poner de acuerdo a diez y ocho
miembros de un jurado quien no logra poner de acuerdo a los críticos de su país
sobre lo que quiere decir en sus poemas? Por otra parte, Valéry ha estado en
Suecia y ha dado allí conferencias. Acaso esta propaganda no ha sido del agrado
de la Academia.
Claudel y Gide no fueron propuestos,
según entiendo. ¿Será premiado alguno de ellos dentro de media docena de años?
Claudel es un poeta muy difícil, y su literatura, católica en todos los
momentos, tendrá que ser juzgada por escritores protestantes. No acuso de
parcialidad a los miembros de la Academia; pero creo muy humano que una
disidencia tan fundamental influya, por lo menos inconscientemente, en sus
decisiones. En cuanto a Gide, su inmoralismo basta para condenarle ante la Academia
Sueca.
¿Qué enseñanza podemos sacar nosotros
los sudamericanos de estos premios, y especialmente del último?
La América española no ha tenido
hasta hoy ningún premio. ¿Lo tendrá alguna vez, en los próximos diez años?
Escritores hispanoamericanos que puedan aspirar al premio hay muy pocos.
Nuestra literatura abunda en poetas, en grandes poetas, pero no estando
traducidos sus libros, no siendo posible traducir a los poetas, no pueden ser
leídos por los miembros de la Academia Sueca, que ignoran el español.
En la América española hay media docena,
o más, de novelistas que podrían aspirar al premio. Pero algunos de los mejores
libros de estos escritores no han sido traducidos a los idiomas que conocen los
miembros de la Academia Sueca. Y no es éste el único inconveniente. Considero
que antes de premiar a un hispanoamericano, la Academia deseará conocer la literatura
sudamericana. No olvidemos que el premio se da, en cierto sentido, a una
literatura. ¿Y cómo ha de ser premiada una literatura desconocida en Europa,
como es la sudamericana? Es indispensable, pues, como trabajo previo, que
hagamos conocer en Europa, en general, y en Suecia especialmente, a nuestros escritores
más humanos, a los de mayor universalidad.
La mejor manera de ir preparando el
terreno para el escritor que haya de ser premiado dentro de quince años es
tener constantemente algún candidato. Esto obligará a los miembros de la
Academia a enterarse poco a poco de las letras sudamericanas.
Entre nosotros hay tres novelistas
que tienen libros traducidos: Enrique Larreta, Benito Lynch y Hugo Wast. Es el
momento de que presenten sus candidaturas. Yo fui candidato hace ocho años y no
deseo serlo nuevamente. Pero cada candidatura no debe durar sino dos años, y
luego ser reemplazada por otra. Los académicos y profesores no deben hacerse
los exigentes, diciendo que nuestros escritores no tienen bastante mérito; eso
lo dirán en Estocolmo. Tampoco deben alegar en que por ahora no tendrá el
premio la literatura sudamericana. Hay que trabajar para el porvenir. Y en
cuanto a los escritores, deben presentar sus candidaturas, aun sabiendo que no
serán premiados. El ser candidato al premio Nobel debe ser considerado como un
sacrificio, dadas las pocas esperanzas de obtener la recompensa y dadas las
características de nuestro ambiente.
Pero el movimiento debe ser continental.
En Europa nada saben de la literatura argentina o de la literatura venezolana.
Para el europeo sólo existe una literatura sudamericana. El ideal sería que
toda la América hispana apoyara a los mismos candidatos. Una vez sería un argentino,
después un venezolano, luego un mejicano, y así sucesivamente. Deben dejarse a
un lado las rivalidades nacionales y las envidias profesionales. Lo importante
es que Sudamérica obtenga un premio. Ese premio nos beneficiará a todos: a los
escritores y al país, a nuestra cultura y hasta a nuestro turismo. Los
escritores norteamericanos eran muy poco conocidos antes del premio a Sinclair
Lewis. Este premio despertó una gran curiosidad en toda Europa por la
literatura norteamericana, y la consecuencia fue que se tradujera a numerosos
escritores de los Estados Unidos.
Se me preguntará por qué creo que
pasarán tantos años sin que seamos tomados en cuenta. La razón es muy sencilla:
varias literaturas más antiguas y más importantes que la nuestra aún no han
tenido el premio. Citaré la portuguesa, la holandesa, la griega, la checa, la
húngara. Finlandia está esperando el premio desde hace varios años. Si a estos
seis países se agregan los de Francia, Inglaterram Alemania, Estados Unidos,
España – no premiada desde hace muchos años – y Rusia, se llega a doce años.
Recientemente se ha publicado entre
nosotros un libro que tiene el largo título de “Por qué sólo un
latino-americano ha recibido un premio No-bel”, y del que es autor el Sr. Cyrus
Towsend Brady, ex presidente de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en
Buenos Aires. El único premio recibido por Sudamérica es el de la Paz, que fue
otorgado con tanto acierto a nuestro ministro de Relaciones Exteriores, el Dr.
Carlos Saavedra Lamas. El autor cree que el próximo premio que tendremos será
el de Medicina. Y atribuye la falta de premios entre los latinoamericanos al
desconocimiento de estos países por Europa, a una cierta inmadurez de nuestras
letras y a la inferioridad de la vida espiritual entre nosotros. Sobre lo
primero pone ejemplos muy interesantes, demostrando cómo en el “Nouveau Petit
Larousse Illustré’' de 1934 y en el “Webster’s Díctionary” figuran muy pocos
latinoamericanos y en su mayoría son políticos y militares. Por mi parte, he
comprobado que en el “Who is Who International” de 1937 sólo figuraban dos escritores
argentinos, pues si algunos más estaban allí, habían sido incluidos como
diplomáticos. En cuanto a la falta de madurez de nuestras letras, el autor
tiene alguna razón, pues aunque en Hispanoamérica hay figuras literarias
excelentes y obras dignas del premio Nobel, no debe olvidarse que, tomada en
conjunto, es la sudamericana una literatura en formación, y que el premio no se
da sólo a un hombre, sino también a una literatura. Respecto a la tercera causa,
me parece equivocada. No creo que en los Estados Unidos haya más vida
espiritual que entre nosotros. Y precisamente el libro que muestra la pobreza
espiritual de los Estados Unidos —libro de una asombrosa chatura —“Babbitt”, es
el que primero mereció el premio Nobel.
Mientras llega el instante de que sea
favorecido uno de los nuestros, felicitémonos de que se haya recompensado a un
latino auténtico, ya que en la literatura de Roger Martin du Gard se
encuentran, en el más alto grado, esas bellas y permanentes cualidades latinas
que son la claridad, la armonía, la exactitud, el interés por Io humano y el
sentido de la perfección.
Fuente: La Nación, Sábado 1° de Enero de 1938 p. 5
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