Rubén Calderón Bouchet - El marxismo como una ideología


El marxismo es una ideología y por ende la estrategia y la táctica inherente a toda ideología, cobran en el marxismo un valor especial. Conviene examinar el origen histórico de las ideologías, su etiología y, en alguna medida, su composición formal.

Si bien es cierto que las ideologías alcanzan en el comunismo su más depurada realización, existen varias y todas ellas se originan con el proceso revolucionario protagonizado por la ascensión del burgués a la dirección de nuestras sociedades y el cambio de orientación valorativa provocado en nuestra civilización por ese mismo estamento. Diríamos para facilitar un esquema sintético simple, que la actividad económica al convertirse en una disposición dominante de la espiritualidad moderna, impregna todas las otras actividades con sus criterios peculiares e introduce en ellas las características propias de su relación con lo real.

La primera actividad que acusa de una manera manifiesta esta influencia, es la ciencia, por la íntima conexión que existe entre los conocimientos científicos y la productividad. Sería una tontería suponer que las ciencias modernas han sido inspiradas por el espíritu económico, pero no se puede negar que esta espiritualidad determina preferencias y acentúa disposiciones en el ejercicio del saber sobre la realidad. ¿De qué otra manera podría explicarse el triunfo de las ciencias positivas en el curso de la Edad Moderna y la paulatina substitución que han hecho de las disciplinas sapienciales? Es indudable que la lectura matemática de los fenómenos físicos no está directamente inspirada por el espíritu económico ¿pero puede negarse que el crecimiento del economicismo y el éxito de sus criterios la hayan favorecido?

La sociedad cristiana, con todas las diferencias que puedan descubrirse en SUS regímenes políticos, se constituyó tomando romo fuente de inspiración y orientación valorativa a la reh- gión católica. Ella proveyó al hombre de un saber supre acorde a sus orígenes, de su situación terrestre y de su destino eterno. Las otras actividades del espíritu debieron ordenarse de acuerdo con estas pautas sagradas.

El arte pudo tomar su inspiración en motivos profanos v ciencia avanzar libremente en el conocimiento de los div sectores de la realidad sin tropezar nunca con las censuras eclesiásticas si ambas actividades del espíritu no hubieran sido " fluidas en su desarrollo por las incidencias de la "ideología” que trató de convertirlas en sendas fuerzas contra la mental- dad tradicional. Las ideologías nacieron pues con el evidente propósito de combatir el predominio de la teonomía cristiana sustituirlo por un saber de inspiración antroponómica.

Se entiende que los primeros pases no fueron tan claros y la lucha se empeñó en un terreno todavía impregnado de espiritualidad cristiana, así las ideologías tuvieron antes una táctica que una estrategia y una estrategia con anterioridad a un sistema explicativo del universo.

La táctica consistió en combatir la religión aprovechando las fuerzas de inspiración carismáticas para lanzarlas contra las exigencias de la organización eclesiástica. Una religión según los ángeles, era el pretexto más puro para impugnar el lado demasiado humano de la Iglesia. Se reivindicó la pureza de la actividad religiosa para destruir la religión, como más tarde se apelará a la autonomía de la actividad científica para destrozar el saber o las perspectivas independientes de la política y la economía para quebrar el orden social.

La estrategia surgió en cuanto se tuvo el discernimiento claro de todas las fuerzas de sostenían el antiguo régimen y el mejor modo de llevar contra ellas un ataque conjunto. Esas fuerzas eran, en orden de importancia, la Iglesia, la reyecía, el pueblo y la nobleza. Atacar el poder espiritual de la Iglesia sembrando la duda y el desconcierto entre los creyentes. Para ello se exaltó la ciencia y las virtudes naturales en oposición a la sabiduría teológica y las virtudes infusas. Se auspició el poder absoluto de los reyes divorciándose de su subordinación al magisterio divino y por medio de una paulatina centralización de los estados se atomizó al pueblo, liberando a los individuos de sus comunidades orgánicas. Se destruyó el fundamento de la caballería cristiana atacando los privilegios históricos y convirtiendo la guerra en un cotejo tecnológico. Destruido el pueblo y despojadas las aris-tocracias históricas de sus prerrogativas, se corrompió a unos y a otros con seducciones demagógicas y prebendas financieras, provocando así el advenimiento de las masas y la aparición de una clase dirigente reclutada en la hez de los negocios y las universidades.

Sin Dios, sin rey, sin nobles, ni comunidades naturales las masas populares fueron sometidas al influjo de las ideologías con el propósito de romper los últimos baluartes del orden y poner todo el poder social en manos de los dueños del dinero en primer lugar y más tarde en la de los jefes de la organización provista por la misma ideología.

La ideología se presenta, ante una primera ojeada, como un sistema de ideas forjado para dar una visión del hombre y del mundo en total conformidad con los propósitos dominadores, los intereses y las intenciones del grupo que la propone.

Hechas por el hombre, las ideologías se cargan con todas las energías religiosas del cristianismo y se explican a sí mismas como si fueran fases inevitables de un destino determinado por el progreso, la evolución o el curso fatal de los acontecimientos. Siempre existe, en el seno de la ideología, un ente de razón que ocupa el lugar de la Providencia y la reemplaza en la fe de sus adherentes. Marx reprochaba a las ideologías burguesas su carácter meramente especulativas y en su esfuerzo por dar a su sistema un impulso más eficaz en el terreno de la lucha, acentuó los aspectos estratégicos y tácticos de su método.

Los elementos formales de la ideología están provistos, como lo hemos visto a propósito de la relación del marxismo con la filosofía, la religión y la ciencia, con ingredientes extraídos de todas estas actividades y dispuestos en un contexto lógico de alcurnia filosófica, pero carente de fundamentos reales. Esto explica el poder destructivo que tienen las ideologías y su ineficacia casi absoluta para crear un orden social que se sostenga y viva. La relativa aptitud de su régimen policial para mantener el poder, exige una vigilancia sin sosiego contra cualquier to de reconstrucción social que se advierta.

La sociedad humana sólo puede edificarse sobre la pal. de Dios, porque nuestro destino es metafísico y sin esta orientación fundamental de la inteligencia y la voluntad no hay vida íntima y por lo tanto tampoco puede haber un orden interno de virtudes que funda y sostenga una vida social civilizad*.
Las ideologías burguesas trataron de salvar una ética preferencialmente económica, hecha de virtudes y derechos destinados a salvaguardar la propiedad: el derecho natural a la posesión de bienes, las libertades individuales indispensables para obtenerlos y gozar de ellos, la honestidad en las transacciones y una cierta estabilidad de virtudes domésticas que pusieran freno a la anarquía. Tal vez por esto, las ideologías burguesas, luego de haber destruido la influencia pública de la religión, trataron de conservarla en el ámbito de la existencia familiar.

El marxismo encarna el carácter puro y total de la ideología como instrumento del poder. No fija ningún límite, no concede el cultivo de ninguna virtud, porque todas aquellas que naturalmente posee el hombre: templanza, fortaleza, justicia y prudencia, son asumidas en bloque por la ciega obediencia al poder y, en bloque destruidas por la desaparición de toda responsabilidad personal. El terror se instala definitivamente en la conciencia y bajo su influjo se fijan los reflejos del comportamiento social.

Se ha reprochado a Marx que en su único libro científico, El Capital, habla del sistema capitalista con una ignorancia casi única de su evolución en el curso de la historia. Se diría que el deseo de ver realizadas sus predicciones dialécticas guía, más el conocimiento objetivo, esta encuesta que sus partidarios pretenden sociológica.

A propósito de ese enorme libro se recuerdan afirmaciones que delatan, sin dejar lugar a dudas, una tremenda ignorancia sobre la economía capitalista. Tomo algunas de las más conocidas y las ofrezco al lector para que observe la falta casi total de saber lo que escribe:


“la maquinaria es el medio más seguro para prolongar las jornadas de trabajo".
La maquinaria elimina toda restricción moral y material con respecto a la duración de la jornada de trabajo."
"El capital negado por su hambre canina de sobretrabajo no sólo avasalla los límites morales máximos de la jornada, sino también los físicos."
"El capital tiende constantemente a hacer que el costo del trabajo se reduzca hasta el cero."
"El pauperismo popular es la ley general absoluta de la acumulación capitalista."
"La reducción forzosa de los salarios por debajo de ese límite desempeña, no obstante, en la práctica un papel demasiado importante para que no nos detengamos un instante a estudiarlo."

Sería demasiado prolijo citar una cantidad de frases como éstas que señalan la preocupación ideológica de Marx y su total prescindencia de cualquier interés científico. Suponer por esto que Marx era un iluso y que creía al pie de la letra todo cuanto decía es también falso.

Su aparato ideológico tenía un sólo propósito: asumir el poder. Si Marx no tuvo el genio político o no lo ayudaron las circunstancias para lograrlo personalmente, es un problema difícil de resolver. De cualquier manera debe reconocérsele que tuvo el ingenio de idear uno de los instrumentos mejor afinados para destruir la sociedad y reemplazarla por un poder policial en manos de la organización terrorista. Por supuesto, nunca se preguntó, cuándo podría terminar esa dictadura ni de qué especie sería el orden que la sucediera. Ruge había anticipado que de darse una forma de gobierno tal como esa que señalaba Marx sería inevitablemente "un Estado de policías y esclavos". Marx parece no haber hecho ningún esfuerzo para sacarle de su engaño, ni señalar el método que seguiría el socialismo para evitar tal consecuencia. El dicho latino "quis custodiet ipsos custodes" se impone en esta situación como una pregunta del buen sentido, contra el manejo utópico de las ideas.


Calderón Bouchet, Rubén: El espíritu del capitalismo, Nueva Hispanidad, Bs.As., 2008, p.p. 404-410

Comentarios