El marxismo es una ideología y por ende la estrategia y la
táctica inherente a toda ideología, cobran en el marxismo un valor especial.
Conviene examinar el origen histórico de las ideologías, su etiología y, en
alguna medida, su composición formal.
Si bien es cierto que las ideologías alcanzan en el comunismo
su más depurada realización, existen varias y todas ellas se originan con el
proceso revolucionario protagonizado por la ascensión del burgués a la
dirección de nuestras sociedades y el cambio de orientación valorativa
provocado en nuestra civilización por ese mismo estamento. Diríamos para
facilitar un esquema sintético simple, que la actividad económica al convertirse
en una disposición dominante de la espiritualidad moderna, impregna todas las
otras actividades con sus criterios peculiares e introduce en ellas las
características propias de su relación con lo real.
La primera actividad que acusa de una manera manifiesta esta
influencia, es la ciencia, por la íntima conexión que existe entre los
conocimientos científicos y la productividad. Sería una tontería suponer que
las ciencias modernas han sido inspiradas por el espíritu económico, pero no se
puede negar que esta espiritualidad determina preferencias y acentúa disposiciones
en el ejercicio del saber sobre la realidad. ¿De qué otra manera podría
explicarse el triunfo de las ciencias positivas en el curso de la Edad Moderna
y la paulatina substitución que han hecho de las disciplinas sapienciales? Es
indudable que la lectura matemática de los fenómenos físicos no está directamente
inspirada por el espíritu económico ¿pero puede negarse que el crecimiento del
economicismo y el éxito de sus criterios la hayan favorecido?
La sociedad cristiana, con todas las diferencias que puedan
descubrirse en SUS regímenes políticos, se constituyó tomando romo fuente de
inspiración y orientación valorativa a la reh- gión católica. Ella proveyó al
hombre de un saber supre acorde a sus orígenes, de su situación terrestre y de
su destino eterno. Las otras actividades del espíritu debieron ordenarse de
acuerdo con estas pautas sagradas.
El arte pudo tomar su inspiración en motivos profanos v
ciencia avanzar libremente en el conocimiento de los div sectores de la
realidad sin tropezar nunca con las censuras eclesiásticas si ambas actividades
del espíritu no hubieran sido " fluidas en su desarrollo por las
incidencias de la "ideología” que trató de convertirlas en sendas fuerzas
contra la mental- dad tradicional. Las ideologías nacieron pues con el evidente
propósito de combatir el predominio de la teonomía cristiana sustituirlo por un
saber de inspiración antroponómica.
Se entiende que los primeros pases no fueron tan claros y la
lucha se empeñó en un terreno todavía impregnado de espiritualidad cristiana,
así las ideologías tuvieron antes una táctica que una estrategia y una
estrategia con anterioridad a un sistema explicativo del universo.
La táctica consistió en combatir la religión aprovechando las
fuerzas de inspiración carismáticas para lanzarlas contra las exigencias de la
organización eclesiástica. Una religión según los ángeles, era el pretexto más
puro para impugnar el lado demasiado humano de la Iglesia. Se reivindicó la
pureza de la actividad religiosa para destruir la religión, como más tarde se
apelará a la autonomía de la actividad científica para destrozar el saber o las
perspectivas independientes de la política y la economía para quebrar el orden
social.
La estrategia surgió en cuanto se tuvo el discernimiento claro
de todas las fuerzas de sostenían el antiguo régimen y el mejor modo de llevar
contra ellas un ataque conjunto. Esas fuerzas eran, en orden de importancia, la
Iglesia, la reyecía, el pueblo y la nobleza. Atacar el poder espiritual de la
Iglesia sembrando la duda y el desconcierto entre los creyentes. Para ello se
exaltó la ciencia y las virtudes naturales en oposición a la sabiduría teológica
y las virtudes infusas. Se auspició el poder absoluto de los reyes
divorciándose de su subordinación al magisterio divino y por medio de una
paulatina centralización de los estados se atomizó al pueblo, liberando a los
individuos de sus comunidades orgánicas. Se destruyó el fundamento de la
caballería cristiana atacando los privilegios históricos y convirtiendo la
guerra en un cotejo tecnológico. Destruido el pueblo y despojadas las
aris-tocracias históricas de sus prerrogativas, se corrompió a unos y a otros
con seducciones demagógicas y prebendas financieras, provocando así el
advenimiento de las masas y la aparición de una clase dirigente reclutada en la
hez de los negocios y las universidades.
Sin Dios, sin rey, sin nobles, ni comunidades naturales las
masas populares fueron sometidas al influjo de las ideologías con el propósito
de romper los últimos baluartes del orden y poner todo el poder social en manos
de los dueños del dinero en primer lugar y más tarde en la de los jefes de la
organización provista por la misma ideología.
La ideología se presenta, ante una primera ojeada, como un
sistema de ideas forjado para dar una visión del hombre y del mundo en total
conformidad con los propósitos dominadores, los intereses y las intenciones del
grupo que la propone.
Hechas por el hombre, las ideologías se cargan con todas las
energías religiosas del cristianismo y se explican a sí mismas como si fueran
fases inevitables de un destino determinado por el progreso, la evolución o el
curso fatal de los acontecimientos. Siempre existe, en el seno de la ideología,
un ente de razón que ocupa el lugar de la Providencia y la reemplaza en la fe
de sus adherentes. Marx reprochaba a las ideologías burguesas su carácter
meramente especulativas y en su esfuerzo por dar a su sistema un impulso más
eficaz en el terreno de la lucha, acentuó los aspectos estratégicos y tácticos
de su método.
Los elementos formales de la ideología están provistos, como
lo hemos visto a propósito de la relación del marxismo con la filosofía, la
religión y la ciencia, con ingredientes extraídos de todas estas actividades y
dispuestos en un contexto lógico de alcurnia filosófica, pero carente de
fundamentos reales. Esto explica el poder destructivo que tienen las ideologías
y su ineficacia casi absoluta para crear un orden social que se sostenga y
viva. La relativa aptitud de su régimen policial para mantener el poder, exige
una vigilancia sin sosiego contra cualquier to de reconstrucción social que se
advierta.
La sociedad humana sólo puede edificarse sobre la pal. de
Dios, porque nuestro destino es metafísico y sin esta orientación fundamental
de la inteligencia y la voluntad no hay vida íntima y por lo tanto tampoco
puede haber un orden interno de virtudes que funda y sostenga una vida social
civilizad*.
Las ideologías burguesas trataron de salvar una ética
preferencialmente económica, hecha de virtudes y derechos destinados a
salvaguardar la propiedad: el derecho natural a la posesión de bienes, las
libertades individuales indispensables para obtenerlos y gozar de ellos, la
honestidad en las transacciones y una cierta estabilidad de virtudes domésticas
que pusieran freno a la anarquía. Tal vez por esto, las ideologías burguesas,
luego de haber destruido la influencia pública de la religión, trataron de conservarla
en el ámbito de la existencia familiar.
El marxismo encarna el carácter puro y total de la ideología
como instrumento del poder. No fija ningún límite, no concede el cultivo de
ninguna virtud, porque todas aquellas que naturalmente posee el hombre:
templanza, fortaleza, justicia y prudencia, son asumidas en bloque por la ciega
obediencia al poder y, en bloque destruidas por la desaparición de toda
responsabilidad personal. El terror se instala definitivamente en la conciencia
y bajo su influjo se fijan los reflejos del comportamiento social.
Se ha reprochado a Marx que en su único libro científico, El
Capital, habla del sistema capitalista con una ignorancia casi única de su
evolución en el curso de la historia. Se diría que el deseo de ver realizadas
sus predicciones dialécticas guía, más el conocimiento objetivo, esta encuesta
que sus partidarios pretenden sociológica.
A propósito de ese enorme libro se recuerdan afirmaciones que
delatan, sin dejar lugar a dudas, una tremenda ignorancia sobre la economía
capitalista. Tomo algunas de las más conocidas y las ofrezco al lector para que
observe la falta casi total de saber lo que escribe:
“la maquinaria es el medio más seguro para prolongar las jornadas
de trabajo".
La maquinaria elimina toda restricción moral y material con
respecto a la duración de la jornada de trabajo."
"El capital negado por su hambre canina de sobretrabajo
no sólo avasalla los límites morales máximos de la jornada, sino también los
físicos."
"El capital tiende constantemente a hacer que el costo
del trabajo se reduzca hasta el cero."
"El pauperismo popular es la ley general absoluta de la
acumulación capitalista."
"La reducción forzosa de los salarios por debajo de ese
límite desempeña, no obstante, en la práctica un papel demasiado importante
para que no nos detengamos un instante a estudiarlo."
Sería demasiado prolijo citar una cantidad de frases como
éstas que señalan la preocupación ideológica de Marx y su total prescindencia
de cualquier interés científico. Suponer por esto que Marx era un iluso y que
creía al pie de la letra todo cuanto decía es también falso.
Su aparato ideológico tenía un sólo propósito: asumir el poder.
Si Marx no tuvo el genio político o no lo ayudaron las circunstancias para
lograrlo personalmente, es un problema difícil de resolver. De cualquier manera
debe reconocérsele que tuvo el ingenio de idear uno de los instrumentos mejor
afinados para destruir la sociedad y reemplazarla por un poder policial en manos
de la organización terrorista. Por supuesto, nunca se preguntó, cuándo podría
terminar esa dictadura ni de qué especie sería el orden que la sucediera. Ruge
había anticipado que de darse una forma de gobierno tal como esa que señalaba
Marx sería inevitablemente "un Estado de policías y esclavos". Marx
parece no haber hecho ningún esfuerzo para sacarle de su engaño, ni señalar el
método que seguiría el socialismo para evitar tal consecuencia. El dicho latino
"quis custodiet ipsos custodes" se impone en esta situación como una
pregunta del buen sentido, contra el manejo utópico de las ideas.
Calderón Bouchet,
Rubén: El espíritu del capitalismo, Nueva
Hispanidad, Bs.As., 2008, p.p. 404-410
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